Dos hechos, igualmente estremecedores, pero de signo contrario, uno criminal y humanitario el otro, conmueven en la actualidad a la sociedad española.
Ambos son ejemplo de las dos tendencias contrapuestas que reflejan los antípodas del alma humana y que dan lugar al llamado “dualismo antropológico”.
Nos referimos al matrimonio Basterra-Porto, acusado de dar muerte a su hija Asunta y al matrimonio Lago-Ordóñez, padres de Andrea, niña de doce años que sufre una enfermedad degenerativa irreversible y para la que, sus padres pidieron, dramáticamente, una muerte dulce o, mejor, indolora.
Ambos sucesos han desatado una doble corriente popular, de condena y rechazo en el primer caso y de comprensión y sentimiento humanitario en el segundo. Ambas actitudes están sometidas a la decisión de la justicia.
Ese es el reconocimiento que los pueblos cultos y desarrollados rinden a los jueces. Es a la Justicia a la que corresponde la difícil y excelsa tarea de resolver con sabiduría, serenidad e imparcialidad y, en el caso de Asunta, con la participación del jurado, situaciones en las que concurren y se exigen criterios jurídicos, técnicos, periciales, éticos, morales y hasta religiosos para los que creen que pueden darse curaciones milagrosas, la solución de casos tan complejos y delicados.
Los hechos anteriores confirman la eterna pugna entre el bien y el mal, esa dialéctica permanente que pone a prueba las virtudes o las flaquezas y perversión de las personas.
El mal no es, sin embargo, ni una maldición divina ni la herencia del pecado original. El mal es el tributo que tenemos que pagar por nuestra condición de seres racionales y libres. Lo actos humanos son obra de nuestras decisiones y debemos responder de sus consecuencias y resultados.
Ya decía Séneca que “vivir es militar bajo banderas”, refiriéndose al enfrentamiento que se da en el ser humano entre la tendencia al mal y la aspiración al bien.
La tragedia de las dos conductas y actitudes reflejada en los dos distintos sucesos que nos ocupan ha sido muy gráficamente reflejada por Platón en su famoso mito del “carro alado” tirado por dos caballos, el bueno y dócil que sigue las instrucciones del auriga y representa la parte más excelsa del alma humana y el malo o irascible, que representa su lado más inhumano y deleznable.
Un aspecto que no debe desdeñarse es el de la gravedad y crueldad extrema que representa la conducta criminal de la que está acusado el matrimonio Basterra-Porto, puesto que, en esta clase de actos, lo corriente es que sea uno de los cónyuges el que por venganza, odio o afán de perjudicar al otro, cometa tan execrable crimen; pero en este caso, la acusación alcanza a ambos esposos por considerar que, presuntamente, coincidieron en la muerte de su hija.