HORIZONTE PROMETEDOR

En la Universidad Carlos III de Madrid, pública, hay una asociación de estudiantes atípica, al menos en estos pagos: no es la rama universitaria de los jóvenes de los partidos políticos como lo es, por ejemplo en Galicia, Iesga (XXSS), antigua Aepga, Gaded (NNGG del PP) o los legendarios Comités Abertos de Facultade (CAF), adscritos al nacionalismo del BNG en otros tiempos. 
Se llama Demos y es una asociación “abierta y plural, sin ideología definida”, cuyo objetivo es “fomentar la democracia desde el debate público buscando generar un espíritu crítico entre la ciudadanía”. O sea, lo contrario a lo que se ha venido persiguiendo desde  los poderes públicos y sus medios de comunicación adláteres.
Fundada por una estudiante de quinto de Derecho y Ciencias Políticas, su obsesión fue que los candidatos a las generales fueran a debatir a su universidad. Albert Rivera y Pablo Iglesias les dijeron que sí; Pedro Sánchez y Rajoy, adalides de frases (vacías) sobre educación y jóvenes, alegaron problemas de agenda tras lo que ocultar su cague ante la perspectiva de la propuesta. No fuese a ser que les pasase algo así como en EEUU, dónde los oponentes suelen formar un bloque de bombardeo continuo al candidato principal, al que ya está en el poder y aspira a repetir. 
Allí, es una exigencia del electorado que el futuro presidente sea capaz de enfrentarse a los opositores, sean 3 ó 30, con buenos argumentos, sólidos, defendibles, demostrando ante el cuerpo social cuyo voto está solicitando que se es una persona íntegra y cargada de coherencia.
Aquí, nuestra principal carencia en cultura democrática, en comportamiento democrático de la ciudadanía, es la falta de sentido crítico a la hora de emitir el voto y la tolerancia ante el incumplimiento de los programas o la directa engañifa ya que los de los bisagra de toda la vida están redactados cuidadosamente para que no comprometan a nada.
La falta de sentido crítico se traduce en el talibanismo del voto, como máxima expresión de aberración antidemocrática ya que el votante presume así que la ideología de su partido es inmutable (presupuesto falso como lo vemos en la trayectoria cambiante del PSOE más que en ningún otro partido), infalible y que todo el aparato es íntegro (sobra cualquier comentario adicional).
La tolerancia ante el incumplimiento de los programas, como ante la corrupción, se justifica por el “electorado talibán” porque “como se trata de los míos, se lo perdono”, fortalecido por un vasto aparato mediático que se afana en maquillar lo que en otros lugares del mundo no se tolera. Aquí, por el contrario, el gobernante se aferra al cargo y mueve toda su red de influencias ya no sólo obviando cualquier responsabilidad ética sino, lo más grave, esquivando cualquier responsabilidad judicial, cuando estamos hablando de cientos de millones de euros: agujeros capaces de poner en jaque la estabilidad económica del Estado, como así ha sido y sigue siendo.
Sobra decir que hay que cacarear menos y sí ser más críticos con quienes nos gobierna; examinar con  imparcialidad los aciertos y errores; votar examinando propuestas concretas en lugar de dejarse llevar por el rechazo a las pintas sin haber reflexionado sobre nada ni examinado con lupa cuánto han incumplido, mentido o robado aquellos otros que, en su opinión, lucen mejores pintas…
Cuando sea la ciudadanía, el votante, quien adquiera ese nivel de conciencia democrática, será cuando el cálculo de los partidos se centre en cumplir la palabra en lugar de recomendar acudir sólo a debates amañados. Y cuando la sanción a la corrupción venga de las elecciones, los propios órganos de los partidos contribuirán a sanear la organización y la democracia desde el propio sistema, en lugar de enmascararla.
Mas el comportamiento de la masa social es acrítico y fácilmente manipulable por los medios. Las redes sociales ofrecen un panorama desolador así que encontrar  iniciativas como la de DEMOS, que no aceptaron suplir la negativa de Sánchez y Rajoy con cargos de segunda fila y siguieron igual adelante con su “España a debate”, es esperanzador.
Moderado por el veterano Carlos Alsina, el acto se celebró en el Auditorio de Leganés: cubiertas sus 1.100 plazas, por razones de seguridad mucha gente quedó fuera. Iglesias y Rivera, con la ausencia de los cobardes, se sometieron a preguntas del público no pactadas y a un Alsina cuestionándoles también como le vino en gana, provocando una miajita de ilusión.
 

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