A estas alturas, si no ha recibido en su correo electrónico unos treinta o cuarenta mensajes pidiéndole que no se dé de baja, que actualice sus datos y otras cuestiones sobre privacidad, es que no es nadie. Seguramente, como a la mayoría, le haya sorprendido toda esta avalancha de enorme preocupación por sus datos y su seguridad de la que ni siquiera tenía la más leve idea hace 15 días.
La cosa viene de la RGPD, que no es la abreviatura de un nuevo reality, ni de un sindicato, ni tampoco del nuevo equipo chino que quiere hacerse con los servicios de Messi o Ronaldo, sino las siglas en inglés del Reglamento General de Protección de Datos de la Unión Europea, que empezó a funcionar el pasado 25 de mayo.
En realidad, no es que sea nada nuevo, porque la cosa lleva en marcha desde 2016 pero, como buenos españoles, hay que respetar las tradiciones y mandar el correo el último día, si puede ser un viernes a las 14.00 horas, antes de apagar el ordenador, mucho mejor. Así que, pensando en evitar que nos llenen la cuenta de spam con correos no deseados nos llenan la cuenta de spam con correos no deseados preguntándonos si queremos seguir recibiendo comunicaciones de tal o cual empresa o institución. Todo muy razonable.
A todo esto hay que sumar que las empresas estadounidenses temen las multas que les puedan caer si no tratan como marca la nueva legislación a sus usuarios europeos, por lo que, al entrar en numerosas páginas, todas las que tienen su sede en Estados Unidos, también hay avisos por doquier para alertarnos de que han cambiado las reglas del juego, aunque el juego seguirá siendo el mismo y acabaremos por hacer lo mismo que cada vez que aparece en pantalla el famoso anuncio de que la página en cuestión que estamos visitando utiliza “cookies” para facilitar la navegación: decir que “ok” y tirar palante.
Al final, esto acaba siendo como en esos contratos tan largos que encontramos en muchos servicios de internet y que incluyen una pequeña pestañita, al final de todo, que dice: “Acepto sus condiciones” y en la que (casi) todos pinchamos sin habernos leído antes la interminable retahíla legal en la que lo mismo acabamos de descargarnos una aplicación como también podríamos haber aceptado remar los años bisiestos en galeras o entregar la vida de nuestro primogénito.
Por lo visto, la nueva normativa pretende proteger al usuario pero la sensación de estar indefenso ante las grandes compañías como Google o Facebook, que son las que dominan nuestras identidades digitales, es cada vez mayor. Y a esos les damos acceso a nuestra privacidad no solo a regañadientes, sino encantados de hacerlo para que puedan usarlo como más les convenga. Es el nuevo oro negro. Ya lo decía –y esta vez no fueron los Simpsons, que todo lo predijeron– García: Ojo al dato.