Discursear sobre la libertad, la democracia o los derechos humanos cuando esos valores no se respetan, o se aplican de forma selectiva, es caer en una gran contradicción. Por ponerlo de una forma suave. Y eso es lo que hacen en la Europa oficialista.
Esto viene a cuento porque en Letonia pasaron una ley que abolirá el derecho a recibir educación en cualquier lengua minoritaria. Y casualidad o no, los rusoparlantes son los que se llevarán la peor parte. Y no porque sean un grupo minoritario, pues el 45 % de la población letona (compuesta por judíos, ucranianos y rusos) habla la lengua de Pushkin. Casi la mitad del país.
Lo curioso es que allí también existe otra ley, impuesta en 1991 por el Consejo Supremo de la república, en la que aparece la figura del “no ciudadano”, que se aplica a todas aquellas personas nacidas después de 1940, que fue cuando los soviéticos se anexaron el país. Lo que significa que para conseguir la ciudadanía deberán antes pasar por un examen-entrevista, como si fueran extranjeras. De lo contrario nunca serán ciudadanas. Por esa razón todavía hay miles de personas de cultura rusa, que por no seguir tales preceptos no son consideras letonas.
Todo esto, por increíble que pueda parecer, está sucediendo en un país de la UE. Y se debe a la locura de unos cuantos “iluminados”, que por arte de birlibirloque decidieron convertir a un grupo de ciudadanos en apátridas en su propio país. Curiosa manera de entender la democracia.
Es obvio que este tipo de políticas, al ser guiadas por los demonios del pasado –siempre presentes en Europa–, generan sentimientos insanos y perjudiciales para cualquier país. Esta clase de leyes, además ser claramente discriminatorias, atentan abiertamente contra los derechos fundamentales de las personas, por lo tanto, no son aceptables ni admisibles en un Estado que se llame democrático.
Pero lo más preocupante ya no es lo que hace el gobierno letón, que también, sino lo que hace Europa, que es simplemente callarse. En Bruselas ni siquiera se molestan en llamar al orden a las autoridades transgresoras. Deben pensar que si una cosa no se hace pública no existe.
Sin duda, hay silencios peligrosos. Y este es uno de ellos. ¿Cómo es posible que esta Europa, que dice ser el paladín de todos los derechos, acepte con su silencio semejante barbaridad? Es como si en el Estado español de pronto se prohibieran las otras lenguas y que la única permitida fuera el castellano. Pues eso es lo que está ocurriendo en Letonia.
Cuando entre lo que se dice y lo que se hace no existe relación, el problema es muy serio. Y en la Europa oficial está ocurriendo. Con razón el grupo de los euroescépticos sigue creciendo. Cosas como esta –y muchas otras– son las que minan la confianza, las que hacen que la gente se vuelva escéptica, incrédula.
Intentar que los demás crean en lo que uno no cree, no es una cosa trivial. Por eso los valores europeos se cotizan a la baja. Aunque en Bruselas, Berlín o París se desgañiten vociferándolos a los cuatro vientos apestan a hipocresía.
Prohibir una lengua –cualquiera que sea esta– es algo grotesco. Y cercenar el derecho a ser educado en ella es todavía más grotesco. Además de ser un atentado contra la libertad, la democracia y el derecho de los pueblos. Ningún argumentario puede servir como pretexto para apoyar tal desatino o irracionalidad.
Las contradicciones en las que ha caído Europa no favorecen precisamente su cohesión, sino todo lo contrario, puesto que acaban dividiéndola más. No sabemos las razones que se mueven tras bambalinas para hacer oídos sordos a semejante atropello cultural y lingüístico. En todo caso, como dice un amigo, si estos son los valores europeos entonces me doy de baja.
Mucha gente que ha endiosado Europa empieza a ver que no es oro todo lo que reluce, que hay agendas ocultas, por lo tanto, se empiezan a cuestionar cosas; no quieren ser víctimas de esa “solución final” intelectual que se prepara.
Así que, si Europa quiere respetarse a sí misma sus actos deberán ser más limpios y menos hipócritas. De lo contrario se arriesga a ser ejemplo de nada.