LECCIÓN DE HUMILDAD

Como un cometa pasó Gustavo Dudamel iluminándonos con su luz y dejando una estela de calidad y humildad que no olvidaremos. Está estableciendo un nuevo punto de inflexión en dirección orquestal, no porque lo creamos los que le escuchamos en el Xacobeo Classics en Palacio, sino porque así lo confirman las instituciones gestoras de las mejores orquestas del mundo con las que colabora habitualmente. Aquí no hay lugar para gustos, sólo para principios cualitativos. El impacto mediático que ha tenido desde su aparición en escena se debe a su verdadera esencia, que yace sigilosa en su interior hasta que alza las manos para dirigir, dando paso a la magia y haciéndose latente una transfiguración que invade a los que le escuchan. Este talento electrizó al público de Palacio que rompió en una ovación fortísima al acabar el concierto, con una buena parte coreando su nombre: ningún director consiguió aquí una ovación igual.

Una de sus peculiaridades reside en el planteamiento que hace de su trabajo: utiliza enteramente la orquesta como un instrumento tangible con el que expresarse, sin poses ni ademanes innecesarios. Sólo lo justo: conducir a los músicos y conseguir que hagan exactamente lo que él tiene en la mente, lo que resulta ser, en términos estrictos, técnica, o conjunto de habilidades que permiten a un intérprete poder expresar exactamente sus ideas musicales.

El programa -con la Orquesta Sinfónica de Göteborg- fue “Don Juan” de Richard Strauss, “Sinfonía nº 103” de Haydn y “Así hablaba Zaratustra”. En las dos primeras Per Enoksson como concertino y en la última Sara Tröback Hesselink, extraordinaria ella.

La GSO es una orquesta perfecta en términos de estructura, es decir, cada músico y cada sección cumplen a la perfección con su cometido, respondiendo a una idea y visión superior del conjunto y prevaleciendo los intereses musicales generales a los particulares. Los violines de cada sección tocan como uno solo, al igual que los cellos –magníficos- y así todas las demás. Perfectamente cerrados detrás de la madera estuvieron los metales (tema de estudio), no tapando jamás al resto de los instrumentistas. Ya, fuera de programa, una versión inefable del “Intermezzo” de Cavallería Rusticana que nos dejó a todos sin aliento.

Probablemente, lo mejor de la GSO sea su forma de jugar en equipo, y lo mejor de Dudamel las maneras a través de las cuales nos brinda sus fortísimas convicciones musicales.

LECCIÓN DE HUMILDAD

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