Sice Iceta que lo único que podría desbloquear la situación política de Cataluña es un gobierno de concentración. Pero seguidamente añade que tal cosa es inviable. Acabará uno teniendo razón cuando piensa que en esta vida todo tiene remedio menos la muerte... y la cuestión catalana. Si la política es, entre otras cosas, hacer posible lo necesario, habrá que concluir que en Cataluña no hay ni se hace política, y que esa partida que se juega por imposición de jefes tribales, aventureros electos sin oficio pero con beneficio, masas enfervorecidas, fugitivos de los tribunales, vandálicas vanguardias de críos ni remotamente republicanos y periodismo de pesebre, que esa partida, digo, que en el otro lado del tablero la juegan fiscales, jueces y una ciudadanía estupefacta, no sólo no guarda relación alguna con la política, sino que se cisca en ella, la ensucia y la envilece.
Iceta, que es un político, que lo es pese a serlo, o tratar de serlo, en el lugar donde se enterró hace mucho la política, procura idear cosas, buscar acomodo a lo necesario en lo posible, promover acuerdos, bien que a veces de manera precipitada e inoportuna (indultos) o rehén del dificilísimo equilibrio en que se mueve un partido, el suyo, que es nacional y nacionalista al mismo tiempo. Pero es un político, y no se le escapa que la única solución para que en Cataluña haya un gobierno que gobierne en beneficio del común, no que traicione, no que se burle de la nación a la que pertenece, no que se gaste el dinero de la sanidad, de la educación y la cultura en referéndums de pega y en banderitas, es que sea de concentración, esto es, con presencia de todos los partidos que obtuvieron el 21-D representación en el parlamento regional, obligados a cooperar y a entenderse, o, como mínimo, a tratarse.
Pero precisamente porque es un político, tampoco se le escapa que tal cosa es inviable, imposible, pues la inmensa mayoría de los que detentan hoy en Cataluña, y en España, la condición de políticos, no lo son, y entre farsantes, pillos, charlatanes, hechiceros y telepredicadores vía “skype” no hay concertación que valga. Así pues, lo necesario, que la sociedad catalana supere el marasmo en que se halla, que se recobre la concordia, la economía, la plena seguridad jurídica y las instituciones locales, es inviable. La única esperanza radica en que la resignación también lo es.