No podíamos caer más bajo, apenas nos conmueve nada y el inherente entusiasmo viviente ha dejado de palpitar en muchas personas, con una búsqueda enfermiza de reclusión y aislamiento. Lo nefasto de todo esto, es haber perdido la alegría de vivir donándose, el aliento por hacer el bien y hasta el pulso templado, en perpetua armonía con la naturaleza, que es lo que realmente nos permite levantar la cabeza y volver a empezar. Esa conciencia aislada, resentida, sumida en el egoísmo y en lo efímero de placeres superficiales, nos deja sin fortaleza, totalmente desorientados y abatidos, para dar un nuevo horizonte existencial a nuestros pasos. Sabemos que no podemos continuar bajo el régimen de este desgarrador huracán discriminatorio, que lo único que fermenta es la pobreza, la desigualdad y la guerra; sin embargo, hacemos bien poco por enmendar situaciones que nos amortajan, puesto que continuamos retrocediendo en derechos humanos, deshumanizándonos y degradándonos como linaje.
Indudablemente, es de justicia pasar página, ayudar a pasarla puesto que todos somos vulnerables, hacer memoria y ver que después de setenta y cinco años de la derrota nazi, la paz y la unidad son más necesarias que nunca. Quizás tengamos que ejercitar el espíritu creativo para configurar otro recto mundo. Desde luego, no es el momento de huir, sino de perseverar y de seguir adelante, de proseguir en el cultivo de un arte poético involuntario y de perseguir un sueño dentro de otro sueño, de mostrar nuestro sentido responsable al mundo y de demostrarnos a nosotros mismos de que somos capaces de un cambio ecuánime e inclusivo. Tampoco podemos, ni debemos, quedar sólo en el deseo. Ha llegado el turno de la acción, porque el futuro lo hacemos entre todos; de ahí, lo vital que es involucrarse y acompañar, pues lo substancial es no caminar solos y dejar de estar hundidos en nuestras miserias.
Lo hemos visto con la pandemia del COVID-19, en muchos países aprobando leyes de emergencia, asignando recursos, debatiendo y analizando las acciones del ejecutivo en un momento de bloqueo y distanciamiento. Unos parlamentos consolidados favorecen la vuelta a lo armónico, a llevar a buen término una transición serena, evitando las divisiones sociales a través del diálogo y la cooperación. Por ello, considero fundamental que el 30 de junio celebremos en las Naciones Unidas el Día Internacional del Parlamentarismo, el mismo día que se creó, en 1889, la Unión Interparlamentaria (UIP), la organización mundial de los parlamentos nacionales. Al fin y al cabo, lo significativo es poder mejorar las vidas de las personas. Al mismo tiempo, dicha conmemoración, será una buena oportunidad para que los parlamentos evalúen los ascensos conseguidos, ver cuáles son los próximos desafíos y las maneras de abordarlos de manera efectiva, pues no son pocos los males cristalizados en estructuras sociales injustas.
Esto se vuelve todavía más vejatorio si los marginados, ante los intereses del mercado divinizado, ven crecer ese virulento cáncer social que es la corrupción en sus mandos, empresarios e instituciones, cualquiera que sea la ideología política de los líderes.