O discreción decisoria. No como látigo amenazador para impartir castigos, sino como virtud democrática para interrelacionarse, conceder derechos y reconocer situaciones justas. Sensatez para formar juicio y tacto al momento de hablar u obrar. Sin olvidar, cual advierte el tumbaburros, su consideración de don para expresarse con agudeza, imgenio y oportunidad.
Ahora que los antisistema luchan contra la casta pero ocupan extasiados sus escaños de nuevos ricos, no vendría mal infundir respeto y urbanidad a quienes ocupan el hemiciclo de la soberanía nacional, aprobando un protocolo de cortesía respecto a la institución. Breves normas que impidan ver el circo carnavelesco que protagonizan sus señorías mientras los ujieres y demás funcionarios están uniformados.
Somos deficitarios de muchas cosas. Hemos confundido ovejas. La velocidad con el tocino. Incurrimos en equiparar como sinónimos actos definidos como delitos en los códigos punitivos. Pusimos límites al campo pero nos quedamos con el pelo de la dehesa. Así estamos. Caricontecidos por nuestro lenguaje procaz, la animosidad vecinal, cerrando los ojos para borrar el paisaje… No obstante, sabemos que pronto llegarán días de sacrificio, responsabilidad y trabajo. ¡Zafarrancho de discreción!
La necesitamos con química musical. Y valor firme de los diputados para identificar necios o que sirva de gramática de buen lenguaje que acompañe su buen uso.
Así es, si tal os parece, el nuevo cargo elegido para presidir la Cámara Baja. Discreta. Razonadora. Optimista. Educada, alegre, generosa. Capacidad contrastada. Fiel. Leal. Cumplidora. Honesta hasta la médula. Honrada. Veinte años de via pública inmaculados… Y, a la sazón, en comprometida peregrinación de regenerar y hacer posible la grandeza del país más viejo de Europa. Concha, cayado y esclavina. La discreción al poder: Ana Pastor Julián, presidenta del Congreso.