Mis conocimientos futbolísticos no van más allá del aficionado que disfruta con este deporte y, por tanto, no me capacitan para entrar en el análisis de las estrategias y tácticas de los entrenadores. Pero no me resisto a comentar un episodio colateral protagonizado por dos jugadores del Depor que en un entrenamiento quisieron ajustar sus cuentas a tortazo limpio.
Por lo que trascendió a la opinión pública, fueron cuatro los actores que tuvieron vela en “este entierro”. El primero, el jugador Luisinho que cometió la torpeza de acudir a donde nadie le llamaba y montar el lío. Le honra que por esa acción pidió disculpas a toda familia deportivista –directiva, cuerpo técnico, compañeros y afición–, arrepentimiento que acompañó de una declaración de amor al club del que da fe su entrega en la pradera de Riazor.
El club –segundo actor– valoró ese arrepentimiento y le impuso una sanción simbólica, al tiempo que el presidente garantizaba su continuidad en la plantilla. Una postura de empresa sensata y coherente.
Es menos entendible la actitud del entrenador que, además de diseñar tácticas y jugadas ensayadas, debe “gestionar las cabezas” de todos los jugadores, incluidos los más fogosos, hablando con ellos en el vestuario o en el centro del campo. Manifestar malestar por el carácter del implicado en el incidente es ponerle a los pies de la afición y marcar el futuro de su carrera deportiva.
Y es repudiable el comunicado del plantel de jugadores -¿de toda la plantilla?- leído por el veterano capitán que seguro vivió incidentes más graves en el vestuario de Riazor. No se entiende que los compañeros condenan a Luisinho como si fuera un monstruo, conculcando el código no escrito de que las diferencias hay que resolverlas en el vestuario. ¿Le pasan factura por las verdades que dijo en Elche?
Dicho esto, los jugadores del Depor no son unos bichos raros que se dedican a armar bronca. En todo grupo humano –deportivo o empresarial– donde hay confluencia de intereses y mucha competitividad entre sus componentes es normal que se produzcan conflictos que, bien gestionados, pueden resultan provechosos para cohesionar al grupo. Transformar los conflictos en oportunidades pasa por reunirse, hablar y escuchar para reconducir conductas, aumentar el entendimiento mutuo y alcanzar soluciones conjuntas a problemas imprevistos. Ojalá ese haya sido el resultado obtenido por el Depor en este partido singular e imprevisto.