Control de daños

No es nada nuevo decir que el crecimiento de China está causando desasosiego en el mundo occidental desarrollado. Lo curioso es que a medida que arrecia su competencia global algunos ahora “descubren” que ese país no se rige por los estándares democráticos de estos lugares.

En todo caso, la idea de este artículo no es hablar de eso, sino la de intentar poner algo de luz a un fenómeno geoeconómico y geopolítico que está siendo incomprensible a la mente de cualquier occidental. Por otro lado, uno tampoco se propone resumir aquí la historia de ese país.

Por lo tanto, y a modo de ampliar la introducción, nos limitaremos solo a resaltar algunos de los inventos históricos chinos más notables. Como fueron el papel, el primer sistema de imprenta, la pólvora, la brújula, la carretilla y el sismógrafo; además de haber creado tecnologías relacionadas con la mecánica, la ingeniería, la metalurgia y la agricultura.

Por todo ello hay quien opina que la verdadera revolución industrial ocurrió en ese país varios siglos antes que en Inglaterra. Algunos sociólogos llegan a decir con ironía que cuando nuestros antepasados europeos “dormían en los árboles” ya los chinos eran toda una civilización; lo cierto es que hubo un tiempo en que los habitantes del antiguo Imperio del Centro consideraban a los europeos bárbaros o incivilizados.

En todo caso, el gran salto económico de la China contemporánea se debe a múltiples factores. Aunque los expertos concuerdan que los dos que más han incidido fueron la llegada de Deng Xiaoping al poder y el restablecimiento pleno de las relaciones diplomáticas y comerciales con los EE.UU. En este punto es bueno aclarar que dicho acercamiento ya había comenzado a producirse en 1972, todavía en vida de Mao y en la época dura de la Guerra Fría; agravada por el deterioro de las relaciones chino-soviéticas las cuales estuvieron al borde de terminar en una gran guerra.

Por otro lado, no es menos cierto que el desencuentro chino-soviético le vino rodado al entonces presidente norteamericano, Richard Nixon, que, aconsejado por Henry Kissinger y otros estrategas geopolíticos, decidió jugar la “carta china” contra Moscú, preparando un viaje histórico a Beijing para verse con Mao Zedong. Una maniobra política de gran éxito para Nixon en aquel momento.

La realidad es que cuando Deng Xiaoping comenzó con sus famosas reformas el camino entre Washington y Beijing ya estaba despejado. Por lo tanto, eso dio lugar al trasladado de miles de empresas norteamericanas y europeas al país asiático. Esas empresas encontraron en las llamadas “zonas económicas especiales”, creadas ex profeso por el presidente chino, mano de obra barata y eficiente, al mismo tiempo que obtenían ganancias exponenciales; el negocio era redondo.

Eran los tiempos en que los políticos occidentales se llenaban la boca vendiéndole a su gente un globalismo feliz, redentor, aunque tal “salvación” nunca ocurriera como se vio más tarde. Lo que sí ocurrió de verdad fue la desregulación del modelo keynesiano; la desindustrialización; la pérdida de millones de puestos de trabajo; la concentración de riqueza en grupos económicos; la disminución del poder adquisitivo de las clases medias, con riesgo de extinción; la precariedad laboral y un aumento sostenido de la pobreza.

Mientras todo eso sucedía los chinos no se dormían en los laureles. Fueron aprendiendo, copiando, innovando, inventando, hasta que consiguieron crear decenas de miles de empresas, convirtiendo algunas de ellas en poderosas transnacionales que son las que ahora están copando los mercados que antes controlaban las occidentales.

Lo cierto es que para explicar este fenómeno algunos barajan diferentes teorías. Una de ellas es que los chinos están mezclando y combinando las enseñanzas de Sun Tzu, Confucio y Marx y aplicándolas a su propuesta de “globalismo inclusivo”, o lo que ellos llaman ganar-ganar en la que las partes intervinientes salen beneficiadas.

En todo caso, es difícil, quizá imposible, entender el fenómeno chino. Aunque hay quien opina que lo peor no es eso, sino la incapacidad del Occidente desarrollado para repensarse a sí mismo. 

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