Desde el Festival de Cine de Málaga, donde está presentando “Anochece en la India”, Juan Diego hace un hueco para hablar del monólogo “La lengua madre”, de Juan José Millás, que mañana presenta a las 20.00 horas en el Pazo da Cultura de Narón.
Llega a Narón después de haber tenido que suspender su actuación en Ferrol.
Me agarró una bronquitis tremenda, de estar cuatro días ingresado. Espero que la gente que no pudo ir al Jofre vaya ahora a verme al Pazo.
Sorprende que haga una obra de humor, usted que suele interpretar otro tipo de papeles.
Yo me veo a mí mismo como un actor cómico-patético. Me dan papeles donde no hay puntos de humor, pero en este caso sí lo hay, muy tierno. Te ríes de la historia del personaje, obsesionado por el lenguaje, una especie de profesor de literatura que desde pequeño leía el diccionario y se hacía preguntas de por qué van casi unidos escritor y escroto o váter y Vaticano. Partiendo de este lado alfabético el conferenciante hace una radiografía a la sociedad centrada en el poder.
¿Desde el lenguaje pasa al análisis del poder?
Claro, porque controlar el lenguaje es el primer paso del poder para dominarnos. La obra habla por ejemplo de la lengua llena de eufemismos de los economistas, lo de crecimiento negativo, externalización o reestructuración cuando se refiere a pérdidas, privatizaciones o echar a la gente al paro. Este pasmo y falta de comprensión de lo que nos dicen y que afecta al 80% de la población, al hombre de la calle de hoy. Es una información que usa el sistema capitalista y ahora el poder financiero sin tapujos, solo ellos entiende y el resto estamos en un limbo. Se ve claro en los preferentistas y los bancos. Dicen: “Vamos a robarles a estos que son viejos y tontos”. La letra pequeña de antes ahora está escrita en tinta china que se borra.
¿El proceso de escritura de la obra con Juan José Millás iba añadiendo sucesos que pasaban en la realidad?
Hasta tal punto que Juanjo nos llegaba con casos que a nosotros nos parecían exagerados, de ciencia ficción, y tres años después se han quedado cortos. La voracidad del sistema financiero para quedarse con todos los recursos es brutal. Salvo ellos ahí no entra ni Dios y el Espíritu Santo sale volando con sus alitas. Y como protestes o le roces el traje acorazado a un policía en una manifestación te sale el ministro Fernández de turno que a la mínima te manda a chirona.
¿Usted ha hablado de que este monólogo lo coprotagoniza el público?
Uno habla y sus reacciones, sus silencios, risas, o aplausos me van dando la pauta para acelerar o ralentizar el ritmo de la función; les hablas y les haces protagonistas. Si el público estuviese siempre en silencio yo no tendría referentes. La obra es como un tobogán, el público sube y baja y yo con ellos.
¿Cómo ve la situación del teatro y la cultura en la actualidad?
En manos de un Gobierno irresponsable a quien el teatro y la cultura no le importan nada. ¿Soluciones ante este panorama? Primero resistir y luego reír, que es lo que hay que tratar de hacer para no volvernos definitivamente locos.