Una vida entregada al trabajo que ya había iniciado de joven en Uruguay junto con su familia

Los primeros pasos de Evangelina Barros Soto como empresaria tuvieron lugar en Uruguay. Su padre, Nicasio Barros, había emigrado al país sudamericano en 1952. 
Empleado inicialmente en la fabricación de cajas fuertes, Barros llegó a poseer viñedos e iniciar una actividad comercial que solo se vio truncada en parte por la crisis económica de la época en buena parte del continente. 
Tanto su mujer como su hija le acompañaron poco después de su partida. Con la niñez y la adolescencia en un país extraño inicialmente para ella, Evangelina Barros estudia peluquería y corte y confección para poner en marcha una peluquería tras finalizar su aprendizaje.
Como buen emigrante, Nicasio Barros intuyó las dificultades a las que tendría que hacer frente ante el decaimiento económico del país. Sin dar a conocer a su hija las verdaderas intenciones, la envía de regreso a Neda con la excusa de que disfrute de unas vacaciones. 
Evangelina Barros ya no regresaría sin embargo a Uruguay. Su padre le encomienda estudiar las posibilidades de abrir un negocio que permitiese el sustento de toda la familia una vez confirmado el retorno de todos.

los comienzos
Con este objetivo, la homenajeada por IEN por Europa se interesa por un pequeño horno de su localidad natal propiedad de un primo del padre. 
Primero como aprendiz de un oficio que desconocía pero que al poco tiempo le permite adquirir el negocio por tres millones de pesetas.
Junto con su madre y su hermano, que entonces contaba con solo once años de edad, Evangelina Barros trabaja por las noches y reparte el pan por las mañanas a base de “mucho esfuerzo y sacrificio”, recuerda ahora. Con 27 años contrae matrimonio y adquiere el bar Amador, que convierte en restaurante, y que regenta con su marido. Dos años más tarde da a luz a Manuel, un niño que –rememora– “se cría entre la harina y es la luz de la casa”. Llamado a ser su heredero, el joven fallece poco antes de cumplir la treintena de forma totalmente inesperada tras superar inicialmente una operación quirúrgica que no aventuraba el fatal desenlace.

Expansión
La jubilación de su padre en el año 2000 permite a la empresaria hacerse con la totalidad del negocio tras adquirir la parte alícuota de su hermano. En contra de la opinión de los contables, apuesta entonces por desarrollar la empresa.
Aborda desde ese momento un período de expansión y crecimiento que la lleva a adquirir nuevos locales para ampliar los puntos de venta. La compra de una cafetería en Ferrol, que se convertiría en la primera de la comarca en disponer de un despacho de panadería en la zona, lo que definiría en gran parte su modelo de negocio, afianza el desarrollo de la empresa con la adquisición, mediante un préstamo bancario de un millón de euros, de la nave que hoy es el buque insignia de Panadería La Nueva.
Con el “inestimable” apoyo del Concello de Neda, señala la empresaria, consolida el proceso de expansión del negocio, que le ha permitido multiplicar por diez la plantilla inicial de ocho personas en tan solo quince años, lo que convierte su proyecto en una de las empresas gallegas más activas, dirigida por una mujer con un “amplio e inigualable sentido de la oportunidad basado en la dedicación, el sacrificio y el trabajo constante”, tal y como recoge el acta de la reunión de la junta directiva que acordó distinguirla con la insignia de oro de IEN por Europa.

Una vida entregada al trabajo que ya había iniciado de joven en Uruguay junto con su familia

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