Si hace unos 15 días Emilio Santiago Santos, Joaquín Loncan y Celestino Mayo visitaban el instituto Puga Ramón para rememorar sus experiencias como emigrantes ante los estudiantes, ayer los alumnos de tercero de ESO les cedieron sus pupitres para convertirse ellos mismos en protagonistas y contar las historias de cambio de hogar que encontraron en sus árboles genealógicos. El intercambio de pareceres surgió de la mano de Afundación, la Obra Social de Abanca, que con el programa “Fálama da emigración” ha intentado normalizar la entrada y salida de gente del país entre la gente joven.
Como una forma de enriquecer su visión del futuro, en la que podrían encontrar su camino fuera de A Coruña, pero también para evitar recibir a los inmigrantes con prejuicios, los tres socios del Espazo +60 de Afundación recordaron sus vivencias fuera de Galicia. Emilio entró de manera ilegal en Suiza para ahorrar y volver a España a montar una pescadería –sueño que no llegó a cumplir–, Celestino eligió Brasil por su afán de aventura y Joaquín se marchó allá por 1952 a Argentina con su familia porque el Gobierno del país reclamaba a su hermano mayor –nacido allí– para realizar el servicio militar. Así se lo contaron a los estudiantes para quien la premisa era clara.
Abrir su mente y tratar de seguir los pasos de algunos de sus familiares en la emigración. Ayer, con los invitados de excepción de vuelta, Eva repasó la vida de su tía abuela que fue una “pionera” porque se marchó sola al otro lado del Atlántico.
“Su marido era empresario y tuvieron una niña pero no le dejó encargarse del bebé y tuvo que contratar a un ama de cría; esta contrajo una enfermedad, se la pasó al bebé y él murió”, contó, comentando que la conciencia hizo que la mujer abandonara a su marido y acabase regentando un “bar-restaurante”. Una “revuelta” la hizo volver a España pero para comprar un piso con su dinero tuvo que conseguir que su exesposo le firmase un permiso para emprender esa nueva aventura.
La tía abuela de Adrián eligió Suiza, donde ella y su marido tuvieron que vivir en una “especie de barraca u hostal” durante cuatro años, hasta que ahorraron para alquilar una casa en la montaña. Lo que sacó en claro esta gallega fue que su vida fuera de las fronteras españolas le sirvió para “volver con más pensión que las que hay aquí”.
La abuela de Marta, que le prestó fotografías antiguas, solo “aguantó un año en Holanda por la morriña” pero no se arrepintió de regresar pronto. Los invitados intervinieron aportando más comentarios sobre sus vidas y Emilio quiso dejar claro a los jóvenes que emigrar no requiere que uno se marche fuera del país; que la morriña también puede llegar mudándose a otra comunidad.