Levando anclas para volver a casa

Levando anclas para volver a casa
inmigrantes que emprenden el camino de regreso

Cuando Milton Fabián Escarria llegó a Ferrol en 2008 el número de extranjeros en la ciudad ya había empezado a descender. Un año antes alcanzó su cifra más alta, 519 personas, pero a partir de ahí, como consecuencia de la crisis, no ha hecho más que bajar hasta las 212 de 2011, los últimos datos oficiales.
Milton formó parte del nutrido grupo de suramericanos que constituyó –como se sabría después– la última promoción de marineros formados en las escuelas ferrolanas a los que se permitió entrar en las Fuerzas Armadas sin tener la nacionalidad española. A día de hoy, cinco años después, sigue sin contar con ella por diferentes motivos, pero y no le preocupa porque junto con su mujer, Elsi Rojas, y su hijo Juan David –que, curiosamente, sí la han conseguido– emprenderá en unos días el regreso a su Colombia natal.
El caso de esta familia es el de muchas que llegaron a España atraídas por una supuesta bonanza económica y una serie de oportunidades que, con la crisis, se han venido abajo. Los problemas económicos que se ceban con los hogares españoles lo son más para ellos, que carecen de un recurso que se ha revelado como imprescindible en estos duros tiempos: el sostén familiar.
Milton Escarria emprendió la aventura española en 2007. Su padre había llegado a Madrid en el año 2000, sin papeles pero también sin problemas para encontrar trabajo en pleno apogeo de la construcción. Se benefició de la “amnistía” de Zapatero y consiguió regularizar su situación, lo que abrió el camino a la llegada de su hijo, con un contrato en la mano y un permiso de primera residencia por un año que le permitió dejar atrás Colombia. En aquel momento, Europa se veía como una tierra de posibilidades y quienes emigraban y regresaban lo hacían con un buen nivel de vida, aunque para ello hubieran compaginado dos y tres trabajos. Una historia que no será ajena a aquellos que a mediados del siglo pasado dejaban Galicia para buscar un futuro en Alemania o en Suiza e incluso, paradójicamente, en Latinoamérica.
Milton empezó a trabajar en la construcción en Madrid, pero los comienzos fueron duros. La primera vez que cogió una pala se ganó una reprimenda y algunas palabras malsonantes del capataz. Meses después se “dio el lujo”, así lo expresa, de cambiar de trabajo, aunque dentro del mismo sector y fue en esta última empresa donde el año 2008 le descubrió la crudeza de quedarse sin trabajo con el problema añadido de que, por no haber cotizado regularmente, no podía cobrar la prestación por desempleo. Entonces comenzó a barajar la posibilidad de entrar en las Fuerzas Armadas, una decisión que se basó exclusivamente en la publicidad de captación que desarrollaba Defensa en la época, más que efectiva en el caso de Milton. Así se vio embarcado en la Armada y rumbo a la Escuela de Especialidades de A Graña en un tren donde compartió inquietudes e ilusiones con otros muchos colombianos, ecuatorianos,...
Para un joven que ni siquiera sabía dónde estaba Ferrol la llegada a la ciudad fue todo un choque. Natural de Cali, otra gran urbe, pasar de Madrid a una pequeña localidad con el cielo cubierto de nubes grises no fue fácil. Comenzó reuniéndose con otros en su misma situación y juntos hicieron del restaurante colombiano El Curramba su “base de operaciones”.
Tras cuatro meses de instrucción entró a formar parte de la dotación de la “Blas de Lezo” y a conocer mejor los pormenores de su nueva profesión. Muchos no le gustaron. Ni la forma en que se concedían los destinos –asegura que los extranjeros nunca estaban en tierra–, ni los favoritismos que observaba en ocasiones; pero con su segundo permiso de residencia no dudó en pedir el reagrupamiento familiar.
Elsi y Juan David –que entonces tenía apenas cuatro años de edad– llegaron a Ferrol en 2009, a un mes del inicio del curso escolar. Tampoco a ella le gustó Ferrol en una primera impresión. “Cuando llegué no había nadie en la calle, no había ni coches”, recuerda. Fue entonces, cuando tuvo que hacer frente a todos los trámites administrativos sola, arrastrando a su hijo de la mano por una ciudad desconocida mientras Milton trabajaba, cuando empezó a ser consciente de lo más importante que ha aprendido en estos años. “Yo nunca había salido de las enaguas de mi mamá, pero ahora sé que puedo sacar adelante a mi familia y que puedo volver a empezar en otro lugar”, dice.
Elsi, que en Colombia trabajaba en una oficina, empezó a buscar una salida laboral, pero solo la encontró sustituyendo a una empleada de hogar y posteriormente, queriendo mejorar, en un bazar chino y una cafetería. “No se me cayeron los anillos”, dice, pero volvió a quedarse sin empleo.
La situación económica empezó a complicarse –los recortes llegaron también a la Armada– y ya el año pasado Milton y Elsi se plantearon seriamente la posibilidad de regresar a su país. Ahora, con la decisión tomada y las fechas fijadas Elsi dice que “aún no me he ido y ya estoy extrañando”, una opinión que comparte su marido. Pero el que peor lo lleva es Juan David, que deja un montón de amigos en su colegio (el Isaac Peral) y una vida que quizá no se parezca demasiado a la que le espera en Cali. Allí han estado enviando, con mucho esfuerzo, sus ahorros, para construir una casa nueva y allí esperan que Milton pueda conseguir un trabajo como policía. Si no es así no descartan empezar de nuevo en otro lugar, quizá Chile, o Estados Unidos. Ahora ya no les da miedo. n

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