Ultramarinos El Rápido estaba ahí, en pleno barrio de A Magdalena, en el año 1922. Hoy, casi 100 años después, sigue en su sitio, con su mismo encanto y su misma esencia. Entrar en la tienda de Emilio Castro Luaces y encontrárselo tras el mostrador, esperando la llegada de sus “queridos y fieles” clientes, es un aliciente más para encarar la calle Magdalena y ascender hasta el número 137. Como es costumbre, la música clásica inunda la estancia. Emilio explica que para él la música es la mejor de las compañías, a excepción de su clientela, claro, esa con la que ha visto pasar los años. “Muchos de ellos siguen ahí, fieles, viniendo a por su lata, su salazón o su botella de vino; otros, por desgracia, ya se han ido y un pedacito de mí con ellos”, recuerda. Salpicada de estanterías y viejas básculas, alguna de ellas de 1908, uno hace un viaje al pasado al pisar ultramarinos El Rápido. Parte de esa historia se exhibe en uno de los mostradores, donde Emilio recuerda a Carmen, Polo, Agustín y Luis, empleados de su padre, que lo cuidaban cuando el era solo un niño y que están en una de esas fotos.
Podría decirse que Emilio es un romántico, de esos que no abundan y que vive su profesión con la misma intensidad con la que se hizo cargo del negocio cuando solo tenía 16 años. Dentro de cuatro, El Rápido cumplirá 100 años desde que inició su actividad. Asegura que lo celebrará de forma “intimista”, con sus clientes, ayudándolos en lo que estos necesiten. Vamos, como una jornada más, uno de esos días en los que Emilio Castro Luaces atiende a quienes se dejan caer por el ultramarinos, donde pasa todos los días de 08.30 de la mañana a 14.30 y de 16.30 a 21.00 horas. “Y los domingos de feria también estoy aquí”, asegura. En relación con otros locales centenarios que en breve cerrarán sus puertas o ya lo han hecho, sostiene que es fundamental “hacer un ejercicio de responsabilidad y no mirar solo la caja”. Considera que este tipo de negocios suponen algo más que una cuenta de resultados. “Hay que esforzarse por seguir adelante; yo, si fuera por números nada más, hace tiempo que habría cerrado, pero a estas alturas me puedo permitir seguir adelante y que no caiga en el olvido el esfuerzo de quienes estuvieron peleando aquí antes de mi”. Una visión romántica de alguien que más que amor siente devoción por su negocio.
El pasado 7 de enero recibió orgulloso la insignia de oro que otorga el Concello a los ferrolanos más ilustres y destacados. Agradece enormemente la distinción, pero considera que otros que trabajaron en favor del comercio en la ciudad siguen esperando su homenaje, más merecido que el suyo propio. También considera que si es merecedor de algún reconocimiento no es mérito solo suyo sino también de quienes trabajaron antes en la tienda, incluidos sus padres, y sobre todo, “de Ferrol y los ferrolanos, que me siguen brindando su apoyo y cariño”. También considera que “la casa merece sus propios honores, al margen de que yo lleve aquí 61 años detrás del mostrador”. Castro no tiene intención alguna de jubilarse, a pesar de contar ya 76 años muy bien llevados, y asegura que el negocio le sobrevivirá a el, ya que tiene tres sobrinos, la tercera generación, “preparados y muy capaces” para seguir con la labor.
Malas decisiones políticas
Más de seis décadas delante del mostrador dan para mucho. Emilio se emociona –porque, como él mismo dice, “la edad no perdona”– al recordar a muchos de sus clientes y sus historias personales. Su clientela fiel, de la que se sabe el nombre y sus preferencias, esos que comparten con él sus vivencias. “En todo este tiempo no he conseguido ser ajeno a los problemas de mi gente; es que aquí vienen a mucho más que comprar, compartimos episodios de la vida, experiencias y muchos de ellos hoy ya no están, aunque se les recuerda cada día. Esto es lógico que ocurra con el paso del tiempo”., lamenta.
Hombre activo donde los haya, estuvo presente desde siempre en todas las plataformas de defensa de los derechos de los comerciantes, desde las que peleó fervientemente. Asegura que en todo este tiempo se ha encontrado con políticos más pendientes de poner trabas que soluciones. La actual situación de Ferrol y su comercio, de la asegura que “roza la decadencia”, la achaca sobre todo al retroceso en la construcción naval, la eliminación del servicio militar obligatorio, que implicó una reducción drástica de los cuarteles en Ferrol, y también al convencimiento que tienen los políticos de que el progreso está en las grandes áreas comerciales, destruyendo así al pequeño comercio local. “Se han llegado a hacer recalificaciones de terrenos rozando la ilegalidad para dar salida a estos espacios comerciales”, apunta. También lamenta que en los últimos tiempos la rehabilitación de viviendas en los centros históricos se encuentre con un sinfín de trabas que merman el interés del ciudadano de instalarse en estos espacios, algo que también tiene graves consecuencias para el comercio. “Hay más límites que soluciones por parte de los políticos y así no vamos a ningún lado”.
Del secreto de su negocio no tiene la clave, aunque Emilio Castro considera que el que entra en El Rápido valora encontrarse una voz amiga al otro lado del mostrador. “Yo no recibo a un cliente, recibo a un amigo, con el hablo y comparto al tiempo que despacho bacalao o unos garbanzos o una botella de un vino chachicanela; no hay que centrarse solo en el ring de la registradora”. Asegura estar más que acostumbrado a que lleguen a la tienda visitantes, que no clientes, de diferentes puntos del mundo para hacerse una foto con él, movidos por los comentarios de guías como Trip Advisor. “Me encanta hacerme la foto y responder a sus preguntas. La mayoría quieren saber más de la historia del local de quienes eran estas personas –fotos antiguas– y yo les explico lo que haga falta”. Añade que lo fundamental es “no perder la ilusión y el entusiasmo”, que mantiene intactos a pesar del paso de los años y los varapalos que vida y políticos le hayan podido dar.