Las vivencias de un torero de Ferrol en tiempos difíciles para la tauromaquia

Las vivencias de un torero de Ferrol en tiempos difíciles para la tauromaquia
Entrevista Torero Ferrolano

No es Ferrol tierra de toros ni toreros. Sin embargo, la ciudad cuenta con un referente de la profesión taurina, el único que ha dado en su historia, el ferrolano Fernando Gutiérrez Paramio (Coria, Cáceres, 1933). Aunque nacido en Extremadura se siente “ferrolano por los cuatro costados”. Y es que llegó a la ciudad junto a sus dos hermanos siendo un niño con entre diez y doce años tras fallecer su padre. Su madre, viuda en unos años difíciles, decidió enviar a sus hijos a vivir con un hermano, que tenía un comercio en la calle de la Iglesia, La Pilarica. La familia, incluido G. Paramio, se dedicaron siempre a este sector. Si bien él pasaría veinte años de su vida dedicado en cuerpo y alma a la tauromaquia.
Asegura Gutiérrez Paramio que su pasión por los toros no le viene de su tierra de nacimiento. “Allí siendo un niño apenas si vi un par de vacas”, sostiene. Es más, asegura que fue aquí, en Ferrol, donde se le despertó ese amor por una profesión que no goza del respeto que se le profesó hace años y que tras ver varias películas sobre toreros en el Avenida y el Jofre su interés fue creciendo. “Ya en el colegio quienes me conocen dicen que en cuanto podía agarraba mi abrigo y daba pases para un lado y otro, imitando a los toreros”. Recuerda también las numerosas ocasiones en que su cuadrilla, de unos quince jóvenes, atravesaba la plaza de España con un carretón hecho con ruedas de bicicleta y cuernos hasta llegar a la zona de la estación, donde improvisaban las más emocionantes faenas taurinas. “Pasábamos horas jugando a ser toreros”, era algo que me gustaba a mi especialmente pero también a otros niños de mi edad. Asegura que fue aquí, en las calles de Ferrol, donde nació su pasión por el arte taurino. “No obstante, el día que decidí que tenía que hacer algo para alcanzar mi sueño fue tras presenciar una corrida de toros en la plaza de A Coruña, con 15 años, llegué a casa y dije, quiero ser torero ya”. Después de eso Gutiérrez Paramio tomó la decisión de irse a Algeciras, donde ingresó en una escuela taurina. Seguidamente  llegarían los revolcones, muchos.  “No recuerdo cuantos pudo haber, pero sobre todo al principio, son muy habituales”, relata. Pero también se sucedieron las tardes de gloria, saliendo por la puerta grande en cosos de Madrid y Sevilla. “Recuerdo especialmente que tras ser llamado para hacer el Servicio Miliar me vi obligado a dejar el toro en el mejor momento de mi carrera, a mi regreso, en Soria, fui  el máximo triunfador”. Lamentablemente a esta gran faena le siguió otra en Madrid en la que los toros no colaboraron, después siguió protagonizando duras novilladas allá donde podía recorriendo pueblos de toda España. Los contratos fueron escaseando y decidió regresar a Ferrol donde iniciaría un periplo como banderillero. Durante las dos décadas que ejerció la profesión, y tras haber participado en casi un centenar de corridas, sufrió tres cornadas graves que lo llevaron a quirófano, algo que es habitual, dice, “teniendo en cuenta que se trata de un duelo entre un morlaco de 500 kilos y un hombre de apenas 60 como yo”. Asegura que “no hay torero que no esté cosido, es lo que hay”. Asimismo, explica que el valor se gana conforme se adquiere técnica, que ese es el secreto para enfrentarse en una plaza a un toro. “Ser novato se paga muy caro en esta profesión, pero para aprender no queda otra que recibir revolcones”, sostiene. 
De aquellos años recorriendo cosos taurinos de todo el país y el extranjero (toreó en plazas de Tánger y Casablanca, en África) asegura que ganó el dinero justo para ir tirando. “La gente creía que ganaba mucho dinero pero no era así, el torero debe repartir todos los ingresos entre su cuadrilla, la gente que me llevaba las cuentas se encargaba de darle su parte a cada uno y lo que sobraba me lo llevaba yo, que normalmente era lo justo”, explica. Según Fernando Gutiérrez Paramio, cuando de verdad ganó algo de dinero fue cuando se cortó la coleta y empezó a ejercer de banderillero, profesión en la que destacó, sobre todo en los cosos gallegos, donde rara era la ocasión en que no lo llamaban. “Cada cuadrilla necesita de tres banderilleros por corrida y dos picadores, normalmente viajan con un par y llaman a otro y, como en Galicia no había ninguno más, me llamaban a mí”. A diferencia de la época de matador, los gastos corrían por cuenta de la cuadrilla. “Ni la gasolina tenía que pagar, iba a gastos pagados y ahí sí se ganaba dinero, tampoco para hacerse rico, pero más que durante mi época de torero”, afirma. 
Se cortó la coleta en 1961, precisamente en una corrida organizada en Ferrol. “Me contrataron para un día pero me pidieron que volviera a participar en el segundo, tuve un gran éxito y aquella fue mi despedida, en mi ciudad”, recuerda. Durante su época de banderillero nació una relación estrecha con otro torero gallego que se suma al conocido matador lucense “Celita”. Se trata de Hilario Taboada Pérez, que hoy reside en Francia y al que le une una estrecha amistad. Taboada, que tuvo grandes éxitos en plazas como La Monumental de Barcelona,  Francia, México y Sudamérica, escribió un libro, “Memorias de un torero gallego” en el que se recogen parte de sus vivencias, y cómo logró convertirse en torero huyendo así de un futuro que parecía estaba escrito para el, vinculado al mundo rural en Arzúa, la tierra donde nació. En muchas de esas faenas  participó también como banderillero Gutiérrez Paramio.
Tras dejar el mundo del toro definitivamente, Fernando Gutiérrez ejerció de asesor taurino en la Plaza de Toros coruñesa. A día de hoy el contacto que tiene con este mundo es escaso, aunque desde la Peña Taurina coruñesa organizan visitas a ganaderías todos los años y rara es la ocasión en la que no intenta capear alguna vaquilla. “En ocasiones los ganaderos me lo permiten pero otras, debido a mi edad, les da miedo ya que en caso de suceder algo podrían meterse en problemas”, explica. Aunque es conocedor de que cada vez lo tiene más difícil para ponerse delante de un toro, confía en que en la próxima visita organizada por el colectivo, que los llevará a Portugal, pueda volver a saltar a coso.
Tiempos difíciles 
Del momento complicado por el que pasa la profesión, cada vez con más detractores, Gutiérrez Paramio asegura que respeta todas las opiniones y que le gustaría dialogar con un antitaurino de forma sosegada y relajada, “escuchándolo y explicándole mis argumentos a favor de la fiesta y sus beneficios”. Asegura que lo que no gusta de los festejos taurinos, más que por defensa del animal, es que se trata de una celebración muy española. Añade además que, por fortuna, la fiesta  de la lidia se ha ido perfeccionando y adaptando a los tiempos sustituyendo algunos momentos más desagradables. También sostiene  que en torno a esta celebración se mueve mucho dinero, y viven muchas familias que dependen directamente de ella.
Familia 
Se cortó la coleta el año que conoció a su mujer “la vi venir por la calle de la Iglesia con un abrigo rojo y ni corto ni perezoso le pregunté si tenía novio”, relata Fernando Gutiérrez sobre los inicios de la relación. “Nos casamos un año después, tuvimos dos hijos y fuimos muy felices”, recuerda. Cuando decidió dedicarse a la tauromaquia, su madre, que nunca lo vio torear, se llevó el disgusto de su vida. 
Tampoco lo vieron en faena sus familiares hasta que hace unos años, durante una visita a la mítica ganadería de Victorino, se animó a torear una vaquilla. La muerte de su esposa hace ya cuatro años, le ha marcado más que cualquier hasta de toro, dejándole una pena muy grande en el corazón. La misma que le produce la falta de interés de su familia. “La verdad es que no suelen preguntarme nada de aquellos tiempos, ni a mis hijos ni a mis nietos les ha despertado mucho interés conocer aquellas vivencias”, asegura una figura viva del toreo que sigue ansiando llegar a una plaza y capear alguna vaquilla, pese a poder llevarse un revolcón. “A estas alturas no me dan miedo los revolcones, me infunde más temor verme imposibilitado y sin poder hacer lo que de verdad me da la vida como es salir a la plaza”.

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