Una ola detrás de otra en busca de la perfección

Una ola detrás  de otra en busca  de la perfección

Las agitadas aguas de Doniños en pleno mes de enero puede que no sean el entorno idílico donde a un padre le gustaría ver a su hijo de siete años. Sin embargo, es allí donde, desde hace casi una década, es más fácil encontrar a Isa Gundín cada tarde. La más prometedora de las surfistas locales ha hecho del arenal departamental su segunda casa. Ya sea invierno o verano, ya llueva o luzca el sol, brega con una ola detrás de otra a sabiendas de que solo su constancia y sacrificio la llevarán a alcanzar su objetivo: situarse entre las mejores “riders” de Europa. 
Hace apenas un par de semanas se estrenó como internacional representando a España en el Mundial junior en Las Azores. Cayó en cuartos de final, pero regresó con la maleta cargada de buenas sensaciones –“me sentí muy arropada”– y, sobre todo, la certeza de que, a tenor del nivel que se encontró, se ve capacitada para hacerse un hueco entre la elite continental. 
Que a sus padres les gustase el deporte y que su hermano también practicase surf le allanó el camino cuando con apenas siete años cogió sus primeras olas durante un curso estival. Visto que aquello se le daba bien, decidió hacer del surf “su” deporte dejando poco a poco de lado otras disciplinas como la natación sincronizada. Fue el punto de partida de una carrera cuyo despegue definitivo llegó cuando Kako García entró en su vida. De la mano del entrenador ferrolano –miembro también del equipo técnico de la Federación Española– el surf dejó de ser un hobby para convertirse en un auténtico modo de vida.
Una pasión que le ha reportado muchas satisfacciones, algún que otro desaliento –“siempre se tienen altibajos cuando las competiciones no te salen bien, pero nunca he pensado en dejarlo, sino en seguir adelante”, confiesa Isa Gundín–, y muchos sacrificios.

Sacrificio
Porque el surf no es un deporte de salón. Para practicar surf hace falta pasar frío –y algo de miedo–, llevarse algún que otro revolcón y acabar a veces cansado hasta la extenuación. “El surf no es un deporte difícil, pero si quieres llegar a algo exige constancia y esfuerzo y eso es lo más complicado... seguir entrenando en invierno”, relata Isa Gundín que, junto con las también ferrolanas Mónica Pintos y Martina Álvarez, es una de las pocas chicas a las que se las puede ver en el agua cuando el invierno arrecia, “cuando no hay un pabellón en el que cubrirse y tienes que aclimatarte a las condiciones, cuando siempre llueve, siempre hace frío... Pero, al final, si hay buenas olas y tienes ganas se lleva bien”. 
Si es tan duro, ¿por qué sigue practicándolo? ¿Qué lleva a alguien a enfrentarse a la siguiente ola? La voz de Isa Gundín se empapa de emoción al confesar que su idilio nace de “esa sensación de estar en el agua, tu sola, y que con un mínimo movimiento vas deslizándote sobre el mar. Es bastante extraño y, a la vez, fantástico”.
Y por eso vuelve al mar, un día tras otro, de lunes a domingo. Por semana, salvo los martes que su actividad se centra en el gimnasio, sale de clase, come en el coche o cerca del Saturnino Montojo, donde cursa Segundo de Bachillerato, y acude a entrenar. Cómo mínimo le dedica dos horas diarias a la práctica del surf, una cifra aproximada que se queda corta casi siempre y que la limita a la hora de hacer otras actividades propias de las chicas de su edad. Los estudios los lleva adelante sin problemas –“aunque es cierto que debería dedicarle más tiempo”, bromea–, pero la vida social ya es otra cosa –“la verdad es que mucho tiempo para salir con las amigas no tengo”–. 
Sacrificios que da por buenos consciente de que solo “con sacrificio, esfuerzo y mucho entrenamiento” podrá seguir mejorando. También con material más profesional, pues advierte que la falta de patrocinadores le impide contar con, por ejemplo, tablas específicas para las distintas condiciones del mar, limita mucho sus opciones. Los recursos económicos son escasos para deportistas de su nivel salvo en el País Vasco o Canarias, donde han más oportunidades. Por eso, al final, acaban siendo las familias las que corren con buena parte de los gastos. 
Gundín no desespera, sabe que su sacrificio acabará trayéndole recompensas. Ve el futuro con optimismo, pero no se confía. Es crítica con sus capacidades y sabe que debe seguir mejorando; y dónde hacerlo mejor que sobre una ola.

Una ola detrás de otra en busca de la perfección

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