No se ha ido

No, el maldito coronavirus no se ha ido, ni ha bajado su capacidad de contagio, ni ahora los síntomas son más leves. Sencillamente le estamos perdiendo el miedo porque los profesionales de la sanidad, los divulgadores y los propios medios de comunicación, no hemos sabido contar, por temor a caer en el tremendismo, el horror que se ha vivido en los hospitales de este país y que puede volver a repetirse.
Viendo la alegría con la que los jóvenes hacen botellones, macrofiestas, o van por la calle sin la preceptiva mascarilla, se llega a la conclusión de que, una vez más, se ha actuado con sobreprotección, ocultando el dolor y la gravedad de unos síntomas de los que se creen inmunes.
Tal vez el Dr. Simón, con su tono pausado y evitando el melodrama, debería haber sido más enérgico y explicito en sus comparecencias, porque la apelación al civismo le ha dado un escaso resultado. No es que ahora los casos sean menos graves; es que están enfermando los jóvenes, los contagios se detectan antes, se pueden hacer test y hay camas en los hospitales. 

Pero los brotes están surgiendo por doquier y en una periferia geográfica con menos inmunidad y donde la población no tiene la experiencia de desastre que han sufrido los vecinos de Madrid o Barcelona. Otro error es el de haber trasmitido la idea de que, con el calor, el virus se iba de vacaciones y volvería en el otoño con los hospitales ya preparados. Pues no. No se ha ido. Y, si recupera fuerzas para el otoño, siguen faltando respiradores en las UCI, Estados Unidos ha acaparado toda la producción del medicamente Remdesivir, y no habrá vacuna todavía.
Una buena prueba del riesgo es lo sucedido en Lleida, donde la Generalitat ha ordenado el cierre de treinta y ocho municipios de la comarca del Segriá, con una población de más de doscientas mil personas, por el incremento de los contagios. O el caso de una empresa en Madrid donde se ha detectado otro brote. Pero, curiosamente, cuando se analiza el origen, en la inmensa mayoría de estas nuevas oleadas de contagio, casi siempre hay una fiesta, una celebración familiar. Es decir contacto social sin medidas de prevención.

Jugar a la lotería de la muerte es una grave irresponsabilidad, porque nadie tiene garantía de salir indemne de esta peste del siglo XXI.

No se ha ido

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