Aparten de mí este cáliz

Resulta paradójico pensar que los migrantes que saltan la valla de Ceuta o Melilla no se juegan la vida y, por tanto, no les ampara la obligación de rescate. Sobre todo, teniendo en cuenta la altura de la misma y las concertinas que la coronan. Es por eso que casi todos los que lo intentan y lo consiguen son varones muy jóvenes. Algo ha cambiado para que intenten tumbar el último obstáculo hacia la tierra prometida armados de cal viva, ácidos, botellas de excrementos o de supuesta sangre, hiriendo a los guardias civiles que vigilan la frontera.
Tiene razón el Gobierno cuando afirma que tal grado de violencia es inadmisible y que su obligación es la de proteger la vida de los cuerpos de seguridad. El problema es que el Ministerio del Interior no haya facilitado las imágenes que grabaron las cámaras que protegen el perímetro alambrado. Ante la rápida devolución a Marruecos, y el dato objetivo de que solo uno de los agentes heridos ha sido hospitalizado, las ONG han puesto el grito en el cielo y comparan la acción del Ejecutivo del PSOE con las devoluciones en caliente del PP. Nada tiene que ver una cosa con la otra salvo que a los expulsados no se les anunció la medida y, de saberlo, habrían pedido asilo. Y que su atención jurídica fue tan escasa como improductiva.
Por otra parte, es un error, justo cuando el organismo de la UE, Frontex, reconoce que las vías de llegada de la inmigración se ha desplazado a España, alegar que el salvamento de pateras se lleva a cabo obligados por la legislación internacional. Pese a la magnífica labor de rescate que realizan los barcos de salvamento, la aventura sigue poniendo en riesgo la vida de mujeres y niños que se lanzan en botes de goma a cruzar desde Africa. Precisamente el viernes más de doscientas personas fueron recogidas en el mar de Alborán y llevadas a Almería junto al cadaver de un infortunado joven.
A la misma hora y el mismo día, las autoridades de Bruselas reconocían el fracaso en su intento de mediación para dar acogida a los rescatados en un barco en Catania. Italia no los quiere en su suelo, llevan diez días sin poder desembarcar de la nave en la que se ha producido una epidemia de sarna. Todo hace pensar que la devolución mediante el convenio pactado con Marruecos en 1992 es un hecho excepcional para atajar la violencia en la valla, porque no es justo que se incite a jugarse la vida en una patera para poder tener una oportunidad y así dar más dinero a las mafias. 

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