El encuentro con la realidad (y II)

De igual modo, el camino a los servicios que se relacionan con el raciocinio, las emociones y el comportamiento frente a diferentes situaciones de la vida cotidiana, o los programas de salud sexual y reproductiva, tampoco tienen que verse comprometidos. Desde luego, si hay algo que ha revelado esta pandemia, son nuestras múltiples fragilidades que poseemos, con sistemas de salud inadecuados, enormes brechas en la protección social y grandes desigualdades. El mundo de los más pobres y desfavorecidos apenas se le considera en ningún sitio. Además, por si fuera poco el desastre real, la incapacidad de los gobiernos del mundo de trabajar unidos es manifiesta y la inseguridad del ser humano es tan real como la vida misma.

Los mortales, quizás tengamos que replantearnos el modo y la manera de vivir, más responsable y más abiertos a ese mundo, al que todos estamos llamados a reconstruir. Que no se rompa ningún sueño que promueva el bien moral, ni tampoco se marchite el valor de la solidaridad. Tenemos el derecho y el deber de hallarnos despejados de frentes y de fronteras. Porque cada ser, ha de ser el verbo que se conjuga armónicamente entre culturas diversas, fuera de toda imposición doctrinaria. Lo importante es plantear una integración entre todos los moradores y entenderse; pues, hay que hacer de la vida, un espacio de concurrencia; una realidad distinta y no distante, retoñada con la verdad. Esto implica reconocernos como pieza de ese poema interminable que hemos de reconquistar en familia; viéndonos más que en nosotros, en el análogo, como parte de nuestra propia identidad, comenzando por sembrar lenguajes que nos armonicen. Lo que no es de recibo es continuar ignorando situaciones verdaderamente crueles. Hay que frenar el círculo vicioso, esas fuerzas demoledoras han de cesar. La superación estará en que la comprensión y el compromiso de todos aminoren tensiones, transfiguren comportamientos, y se reduzca al mínimo la violencia, pues ya sabemos que el terror procrea crispación y la muerte genera más muerte. No olvidemos que la vida es para vivirla como personas de bien, perseverando en el espíritu conciliador de las entretelas y resistiendo en la esperanza de que el verso nos cicatrice las heridas.

 Sin duda; el descubrimiento, con el propio latir poético, requiere poetas de empuje y voluntad. ¡Cuántos más mejor! Son los artesanos de la concordia, puesto que la autenticidad es lo que embellece nuestras huellas.

El encuentro con la realidad (y II)

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