Teletrabajo

Que el teletrabajo ha llegado para quedarse es casi ya un tópico. El problema reside ahora en el cómo; en qué condiciones para las partes. En ello andan Gobierno y agentes sociales, negociando una norma que Moncloa pretende dejar aprobada en un Consejo de ministros en este mes de agosto, antes de tomarse unas cortas vacaciones. 

Para entonces tendrá que haber ajustado diferencias entre Economía (Calviño) y Trabajo (Yolanda Díaz): convenio colectivo y/o contenidos mínimos con el propio empleado que opte por esta modalidad laboral , capacidad para fijar horarios , derecho a acotar la duración de la jornada -la llamada desconexión- y reparto de costes, entre otros extremos. 

Los empresarios temen que una excesiva regulación encorsete demasiado a las compañías, vaya en perjuicio de la debida competitividad y acabe con una oportunidad histórica para asentar un nuevo entorno laboral mucho más flexible, eficiente, productivo y satisfactorio para todos. Por eso han advertido al Gobierno de que en una economía global bien pueden subcontratar o contratar en países donde encuentren costes más competitivos. 

Al mismo tiempo entienden que la nueva realidad del trabajo a distancia debe regularse debidamente si es que, en verdad, ha llegado para quedarse y no se quiere, entre otros no pequeños pormenores, que gastos propios del consumo del trabajador puedan terminar yendo a cargo de la empresa. 

Con todo, la controversia sobre si es posible teletrabajar desde casa está superada. La era del presentismo sistemático toca a su fin y lo que llegó de forma súbita, durante el confinamiento, sin los suficientes recursos técnicos ni formación, ya es imparable. Según un informe del Consejo General de Economistas, un 73,5 por ciento de 1.225 empresas consultadas llevaron a cabo en ese tiempo prácticas de teletrabajo y el 41,5 por ciento de las mismas han confirmado que lo seguirán haciendo. 

Por su parte, el INE ha señalado que, según sus datos, en 2019 un 4,3 por ciento de los empleados trabajaban normalmente desde casa, con Galicia, por cierto, en el pelotón de cabeza. Tal porcentaje se ha disparado. De acuerdo con alguna encuesta, el 30,2 por ciento de los ocupados en nuestro país comenzaron a practicarlo a distancia durante la pandemia. Otros estudios lo elevan hasta el 34.

Un modelo híbrido es el que más convence a las organizaciones. Es decir, combinar el trabajo en la oficina y en remoto. Esto cambiaría el tradicional modelo de ocho horas de trabajo diarias, cinco días a la semana. Podría irse –pronostican los entendidos- a modelos de jornadas anuales, repartidas de forma irregular a lo largo del año, dependiendo de la carga de trabajo y el objetivo a conseguir. De tal manera, habría días en que se trabajara cuatro horas y otros, diez, por poner algún ejemplo.

Sea como fuere, este nuevo entorno exigirá un enorme cambio mental y cultural. Pero como dicen verso y canción, se hace camino al andar.

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