Cuarenta años

Por una circunstancia familiar muy particular no pude votar aquel 6 de diciembre de hace cuarenta años el texto constitucional que se sometía a referéndum. De haberlo hecho, mi voto hubiera sido afirmativo. Por motivos profesionales hube de seguir desde primera línea informativa  su gestación y  los debates parlamentarios. Bien era consciente, por tanto,  de lo que aquel histórico primer gran cierre de la Transición suponía.

Fue una Constitución que había sido elaborada desde un amplísimo consenso de partida sobre su necesidad y que fue abriéndose camino al andar.  Un consenso singular que a base de negociaciones  entre los grandes partidos políticos del momento  terminó por articular un sistema constitucional democrático y plural. 

Un consenso que, además, -este fue también su mérito- fue  visible para la opinión pública,  pues bien pudo ella comprobar que todos habían cedido en cuestiones para cada cual importantes; que todas las grandes cuestiones habían sido puestas sobre la mesa; que no había habido rayas rojas infranqueables  y que, al final, se había alumbrado un texto lo suficientemente flexible como para que todos los que en el sistema democrático y parlamentario creían cupieran en él.

Nadie, pues, ha podido presentarla como alineada en uno u otro bando, tal como hizo  el profesor  Jiménez de Asúa, diputado  socialista y presidente de la Comisión parlamentaria encargada de elaborar la Constitución republicana de 1931: “Esta es una Constitución de izquierdas”. La actual bien pudo ser mostrada  de muy otra manera: como la norma fundamental del Estado que abría posibilidades a todas las fuerzas políticas y que, en todo caso, resultaba reformable desde la primera hasta la última de sus disposiciones. Ello ha sido elemento decisivo  para la solidez demostrada a lo largo de estas últimas cuatro décadas. Aun siendo, por supuesto, mejorable.

¿Procede la reforma? Es la pregunta que tantos se vienen haciendo y que algunos instan, aunque sin concretar mayormente.  El denso y exhaustivo que en febrero de 2006 a petición del Gobierno Zapatero elaboró el Consejo de Estado ya casi ha quedado viejo para los tiempos que corren.  

Nuestra historia constitucional apenas conoce momentos de reforma, aunque no falten y aun sobren los procesos constitucionales habidos. Pero no menos cierto es  que, luego de cuarenta años, la sociedad española es tremendamente diferente a la que por amplia mayoría apoyó el texto del 78. 

Sus nuevas sensibilidades son muchas y de calado.  Han tomado cuerpo nuevos derechos fundamentales, derivados de los cambios sociales, de la implantación de nuevas tecnologías y de avances científicos. Otros habrán de ser redefinidos.  Además, no pocos van siendo ya los españoles que por razones de edad no pudieron votar entonces.

Brilla, sin embargo, por su ausencia aquel motor de arranque que fue el imprescindible consenso de partida. Y sin él cualquier tentativa de reforma está abocada al fracaso. Casi mejor, ni siquiera plantearla.

Cuarenta años

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