A un año del 17-A

Hace justamente un año por estas fechas el mayor Josep Lluís Trapero, jefe de los Mossos d’Esquadra o  policía autonómica catalana, se había convertido a su pesar en estrella mediática; en el icono último de los independentistas. Una paradoja para un comisario de 52 años cuya trayectoria se había caracterizado por su independencia política y por no haberse significado nunca a favor de nadie.
Sus explicaciones en las horas críticas que siguieron a los atentados yihadistas de Barcelona y Cambrils (16 muertos, 130 heridos), en las que detalló, con aplomo, los avances de la investigación, le valieron el aplauso casi unánime. Pero aquella imagen de hombre seguro de lo que se traía entre manos se vino pronto abajo al conocerse que un año antes la Policía belga había alertado sobre el imán de Ripoll cerebro de los atentados y que la CIA había avisado de la posibilidad de un golpe terrorista en La Rambla barcelonesa. Poco a poco se fue poniendo de relieve también la deficiente capacidad de los mossos para detectar los preparativos que ocurrían no tan a sus espaldas.  
En realidad, los cuatro años de mandato del mayor Trapero (2013-2017) estuvieron salpicados de no pocos incidentes protagonizados por sus subordinados. Y culminaron con la actuación en el asedio a la Consejería de Economía y, sobre todo, en el referéndum ilegal del 1 de octubre. Hoy el propio Trapero y tres exmiembros de la cúpula policial del Cuerpo se encuentran, como se sabe, procesados. 
Retirado del primer plano mediático y psicológicamente muy afectado, ha hecho bien en pedir no ser utilizado políticamente en las conmemoraciones de estos días. No ha sido la suya una vida profesional que pueda servir de ejemplo de eficacia.
Con todo, el tiempo transcurrido desde los sucesos de hace un año y la deriva independentista tomada por la Generalidad han puesto todavía más en evidencia lo improcedente que resulta que cuestiones de la máxima trascendencia como la lucha antiterrorista puedan estar en manos, cual es el caso, de una Policía autonómica por muy “integral” que sea. 
Bien es cierto que el Cuerpo de Mossos d’Esquadra tiene asignada por ley –autonómica– esta competencia (julio 1994) y así quedó recogido en el acta de la Junta de seguridad de Cataluña de diciembre de 2000, en la cual se acordó conceder a los mossos una participación “activa, ordinaria y permanente” en cuestiones de terrorismo. 
Pero es obvio que les faltan los contactos internacionales imprescindibles para poder hacerlo con solvencia. En un problema como la amenaza terrorista que persiste y que no tiene fronteras, una mano y dirección única parecen imprescindibles y ninguna mejor -creen muchos- que los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado. Así se evitarían de paso las supuestas faltas de colaboración y puenteos que se han denunciado estos días.

A un año del 17-A

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