Bloqueo y progresista, con sus correspondientes derivados, han sido las dos expresiones más utilizadas por Pedro Sánchez a lo largo y ancho del debate de investidura. Por supuesto, la primera, dedicada a la bancada de la derecha. La segunda, a sí mismo y al Gobierno que se apresta a presidir.
La primera ya salió de su boca cuando el reloj no había marcado ni los primeros veinte segundos de intervención. Después la repetiría hasta en dieciocho momentos en su contestación a Pablo Casado: “el más activo del bloque del bloqueo y de la España que bloquea”.
Suficiente y chulesco sobre todo en las réplicas a los constitucionalistas, tampoco se quedó corto con tamañas reiteraciones, en este caso a su favor, en el ámbito del supuesto progresismo: hasta treinta y nueve veces sólo en su primera intervención de presentación del programa.
Lo más reseñable, no obstante, es la facilidad con que Sánchez recoge acusaciones ajenas y se las apropia para luego lanzarlas contra el adversario político. Lo digo porque el gran y único bloqueador ha sido él: desde el testarudo “no es no” a Mariano Rajoy, hasta el deliberado inmovilismo por su parte para provocar las elecciones de noviembre en la idea de que la repetición de las mismas le iba a proporcionar una mejora de posiciones.
A base de tanta insistencia en el mensaje, al final cuaja la impresión de que no sólo él no tiene nada que ver con los bloqueos, sino que viene a ser el superador de los mismos. Algo parecido sucedió con la manifestación de Colón, de febrero del año pasado: había convocado la derecha, pero quien en su provecho mejor ha rentabilizado la célebre foto de la concentración en la céntrica plaza madrileña ha sido el Partido Socialista.
A la tercera, después de seis votaciones y por los pelos, Pedro Sánchez se ha salido con la suya y se dispone a presidir, previo paso en esta ocasión por las urnas, el Gobierno de España. Un Gobierno teóricamente legítimo, pero que se fraguó sobre una gran mentira electoral; sobre la imagen de un candidato duro con el independentismo y los populismos radicales de izquierda, que a las postre han venido a ser sus porteadores en el renovado camino a Moncloa.
Las tres grandes promesas electorales de Sánchez en materia de política territorial, han periclitado. Ni media palabra de todo ello, sino todo lo contrario, en el debate de investidura. Y eso que habían sido presentadas como su gran programa para Cataluña.
Sánchez ha mentido tanto y ha mudado tanto de posiciones que es normal que la legislatura comience en medio de una desconfianza generalizada. Su infinita capacidad para desdecirse sólo inspira recelos. Para empezar, ha desactivado a su socio Pablo Iglesias con tres vicepresidentas y unas carteras de tres al cuarto. Y lo ha alejado de los aledaños monclovitas. Manda el presidente y sólo él.