El descanso hay que trabajarlo

Nunca he entendido a quienes se van de vacaciones y no paran de correr, de cruzar ríos y montañas o de sumergirse en lugares donde las colas son kilométricas para tomarte una simple hamburguesa. Quizá porque para mí el descanso es otra cosa, es hacer aquello que el trabajo y las obligaciones familiares no te permiten dedicarle el tiempo preciso. Por ejemplo, ¿acaso hay mayor placer que tumbarte en la arena con un buen libro? Creo sinceramente que no, por eso soy partidaria de dejar las preocupaciones laborales o de cualquier otro tipo para la vuelta del verano.
Desconectar de las inclemencias de lo cotidiano requiere tiempo y ganas, muchas ganas quizá porque, acostumbrados como estamos a circular por la autopista de la vida a 250 por hora, nos cuesta trabajo reducir el nivel de estrés. Hace unos días me encontré en el centro comercial de Marbella, con Cospedal, ministra de Defensa, secretaria general del PP y no sé cuantas cosas más. Le pregunté si venía dispuesta a desconectar del mundo, me dijo que sí, lo necesitaba. La comprendí divinamente porque hay un momento que no hacer nada se convierte en lo prioritario. Me la volví a encontrar de nuevo unos días después en el restaurante El Ancla, de donde es asidua, y ya tenía otra cara, más relajada, más en sintonía con el ambiente. También andan por allí del Bosque, preocupado por el futuro inmediato de su buen amigo Villar, y José María Aznar, que según me comentan ha cambiado mucho, en el sentido de que está más simpático, más atento con quienes se acercan a saludarle, pero igual de activo que siempre lo que le permite mantener un tono muscular que es la envidia de todos aquellos que se matan corriendo y no consiguen eliminar la tripita.
Cuenta Bernardino Lombao, que fue su entrenador y el que le metió el gusanillo de hacer deporte en el cuerpo, que Aznar ha conseguido esa tableta que solo los grandes deportistas lucen, a base de mucha constancia. Fue la condición que le puso el día que le llamó por teléfono siendo presidente del Gobierno para preguntarle si se animaba a entrenarle. Le dijo que sí con una condición, que no se saltara las clases. No lo hizo ni entonces ni ahora, y doy fe que es así porque le veo pasar todas las mañanas frente a mi casa corriendo como un galgo. Con la misma velocidad y ligereza de siempre para desesperación de sus escoltas que le siguen.
Para mí en cambio el mejor ejercicio es tirarme a la bartola en el sofá de mi casa y darle al mando de la tele hasta encontrar un programa, una serie que me atrape. Ahora estoy enganchada a una francesa “La Riviera” que tiene todos los ingredientes de las novelas de Agatha Christie: acción, intriga, amor y lujo. El cóctel perfecto para una tarde de verano.  

El descanso hay que trabajarlo

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