De la Inmaculada a los Santos Inocentes

Eran las siete de la tarde del 8 de diciembre, caminaba por la calle paralela a la Gran Vía. Pensaba, porque en las ciudades grandes, entre una masa de gente ignota, te sientes sola, mejor ignorada. Puedes dar un salto de alegría y nadie se espanta, se puede deslizar una lágrima, hace tiempo acumulada, y si alguien lo nota, pensará que te ha invadido la gripe. Más que sola, te sientes libre. 
Una mujer, de aspecto cuidado, se paró decisiva ante mí, y con nerviosismo, espetó: quiero hacerle una pregunta, aunque quizá piense que estoy loca. Le corté, Señora, por favor, pregunte lo que quiera. Verá, tengo 83 años, mi marido murió hace tiempo, los familiares, se van a sus pueblos y me quedo sola; necesito salir de casa y …, y además me gusta mucho bailar. ¡Que bien!, a mí también, le anuncié. 
¿De verdad, le gusta bailar? Mucho, mucho, respondí. No sabe la alegría que me da, si a usted también le gusta bailar, entonces no estoy tan loca (y continuó) Me han dicho que hay, por aquí cerca, una discoteca que se llama “La Carroza”, dicen que ponen música clásica de los años setenta: tangos, boleros, pasodoble, baladas, Rocío Jurado, Rocío Durcal, ... Si le cuento la verdad, la última vez que bailé fue en un balneario del Imserso, por la noche ponían música y, mi marido se iba a la cama, pero yo me unía a las mujeres que estaban solas y no parábamos hasta el final, aquello era revivir.
Señora, dígame de verdad ¿le aburro con mis historias?. No, para nada, hasta ahora todo muy normal. Nos recolocamos en la acera, y apoyé la espalda en la pared, no sé lo que sentía, era como adelantarme diez años a lo que pudiese ocurrirme en el futuro. 
Le voy a contar un caso que me hizo muy feliz. Una noche, un señor, quizá más joven que yo, bueno, puede que diez años más joven, me sacó a bailar, era muy delicado, separó la silla, me ofreció la mano para levantarme de la silla, fue haciendo sitio para que llegase a la pista sin molestias. Yo sentía  que soñaba. Sonó un bolero, me agarró, pero ¡cuidado! no se acercó demasiado. Bailaba muy bien, te sentías llevar como en una nube, no puedo recordar cuantas piezas danzamos, cuando me hablaba, casi no entendía lo que me decía, no podía reflexionar, tenía una barba muy arreglada, grisácea, o blanca y negra. Me llevó de retorno a la mesa y antes de despedirse, me acarició el rostro con la mano, pero por el envés, aprecié  unos nudillos finos, templados, una delicia. Le juro que sentí lo que nunca había sentido, un hormigueo general por el cuerpo, casi a punto de desmayarme. Me puse de pie y le tendí la mano, la apretó con fuerza. Volví a la silla, estaba despierta, no elucubraba, el hombre no volvió a aparecer. Comprendí que había vivido algo que nunca había percibido, quizá eso que cuentan en los seriales televisivos, pero ahora sé que existe, es posible vibrar con el cuerpo entero. 
Mi marido era bueno, pero era normal, eso de acariciar y tener detalles conmigo, no, nada, a veces se cruzaba por delante de mí y casi me hacía caer, o cuando íbamos a salir cerraba la puerta sin darse cuenta de que yo todavía estaba dentro, seguro que todos son iguales. Le confieso, que agradecí a Dios la experiencia, ya podía morirme, porque al fin había sentido una gran felicidad. También es verdad, que pensé muchas horas en él en los días sucesivos, volverlo a ver era mi ilusión, nunca lo encontré. Entonces decidí entregarme a la fantasía, en sueños bailábamos infinito, sin arrimarnos demasiado; también fuimos de excursión, a ver paisajes, me ponía su brazo sobre los hombros cuando notaba que tenía frío; una vez se quitó la chaqueta y me la prestó, porque hacía aire. Nada más, nunca soñé con él en la cama. He sido leal a mi marido más allá de la muerte... Bueno, muchas gracias por escucharme, ¿a dónde va usted?. No lo sé, seguiré deambulando, usted no abandone sus fantasías, son preciosas; y no dude de que a su dios y al mío, le parece mejor el amor que el odio, no tenga miedo, ya no ofende a nadie, déjese llevar al son de la música. 
Dio diez pasos y se dirigió a los tres jóvenes policías que hacían guardia a la entrada de la comisaría. ¿Sabéis donde está la discoteca La Carroza?. Síii, síiii, al final de la calle, gire a la derecha, muy cerquita. Y entabló diálogo con los tres: Aquí trabajó mi hija, en las oficinas, ahora está jubilada… 
Somos muchos los viejos, y algo simpáticos. Todos estamos marcados por la misma condición “nos queda poco tiempo”. Si pueden ser felices, no lo duden, aprovechen la ocasión.  Como es final de año mando un abrazo, sólo para dos clases de personas: las que me quieren y las que no me quieren. ¡Feliz Año 2018, María José!

De la Inmaculada a los Santos Inocentes

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