Rodrigo Rato, fin de etapa

Sin trajear, sin vehículo oficial, sin staff, sin prisas pero con aparente dignidad al pedir perdón por sus tropelías y asumir que enfilaba la puerta de Soto del Real para rendir cuentas a la sociedad, Rodrigo Rato simboliza el final de una etapa de vino y rosas de los amos del universo a la española, especuladores de lo público en provecho propio. 
Es verdad que todavía están dilucidándose más procesos, alguno afecta al mismo Rato, que traerán nuevas condenas, pero ver a quien lo fue todo, portavoz parlamentario, ministro de Economía y vicepresidente de Aznar, director gerente del FMI, director de Caja Madrid y Bankia, además de consejero de Telefónica, ingresar en la trena, no me digan que no es símbolo de la caída de todo un imperio de fango.
Por sus responsabilidades de gobierno desde 1996, contribuyó, especialmente, con la ley del suelo apoyada en el crédito barato, a la creación de la burbuja inmobiliaria que estallaría doce años después. Eran el país de Jauja donde uno podía hacerse rico sin esfuerzo. El momento álgido lo representa la boda de Ana Aznar, de lo más posh, en la que desfilaron por la explanada del Escorial, con paso decidido, los que luego marcharían hacia el calabozo, arrastrando los pies.
Pero no nos engañemos, la sociedad se contagió. Bien tonto era quien no especulaba con la compraventa de inmuebles u otros activos. Bien burro era quien no aprovechaba la hipoteca de la vivienda para añadirle un coche, los muebles y hasta algún caprichito, jaleado por su banco o caja. Quién no miró para otro lado ante el abandono escolar por trabajar en la construcción y, así, endeudarse en un bonito automóvil, despreciando el esfuerzo de los que no caían en las ensoñaciones de riqueza fácil.
Y, de repente, todo se vino abajo. La realidad nos puso ante la fiereza del desempleo, ante la pérdida de poder adquisitivo, ante tener que pagar los desperfectos de las entidades financieras con el dinero de todos. Comprobamos como los grandes bancos se hicieron con el negocio de las cajas a precios de saldo, algo que añoraban y la crisis se lo facilitó.
La reacción no se hizo esperar. Ante la corrupción de algunos políticos y partidos con altas responsabilidades de gobierno que se aprovecharon de aquella coyuntura, la mirada desesperada se vuelve, ahora, hacia el conjunto del sistema democrático, poniéndolo en entredicho.
 No son tiempos de reflexionar qué pasó, quién provocó todo, quién ganó con la crisis. No se está por la labor de reconocer que el poder judicial, parte del sistema democrático, funcionó y sentenció a los culpables a prisión y embargo de sus bienes. Pero hay que esforzarse en hacerlo.
ramonveloso@ramonveloso.com

Rodrigo Rato, fin de etapa

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