40 años

estamos de aniversario. Deberíamos estar dichosos de poder gozar, al fin, de tantos años de democracia, y, sin embargo, no es así. La realidad manda.
Efectivamente, un repaso a la actualidad muestra un panorama desolador: en política interior, el contencioso catalán, cocinado a fuego lento, las elecciones en las que los andaluces catapultaron a Vox al parlamento autonómico con 12 diputados, nada más y nada menos; en política exterior, la crisis de identidad europea, los problemas de las migraciones o el Brexit.
Quizás sea bueno tomar un poco de distancia con el estado de las cosas para recordar de dónde venimos y qué conseguimos.
Venimos de una postguerra de represión que empobreció España, de la que sólo fue quién de sacarla adelante el esfuerzo del país democrático en que nos convertimos en los años 70, tanto con los Pactos de la Moncloa de 1977, primero, como con la Constitución del 78, después, ambos ampliamente apoyados por ciudadanos libres de un nuevo Estado de Derecho. Nada fue gratuito.
Entrar en Europa, participar en el comercio internacional, lograr una redistribución de la renta más equitativa, acceso a la sanidad pública universal, a la educación en igualdad de oportunidades, nuevas redes de transportes o nuevos servicios públicos como el de la dependencia. En definitiva, mejorar la calidad y condiciones de vida son logros de la España democrática. 
No menos importante, un sistema autonómico que cumplió una doble función. Primero, garantizando la igualdad de oportunidades de todos los españoles, independientemente del territorio donde vivan, gracias a la descentralización de servicios públicos como sanidad y educación; segundo, asegurando la convivencia mediante la cohesión entre los pueblos de España.
Por supuesto, que la Carta Magna requiere una actualización para servir mejor a las inquietudes de la sociedad de este nuevo milenio. Bien sea para atender materias que no nos cuestionábamos en otro tiempo, como la dimensión que está adquiriendo la preocupación medioambiental; bien sea para avanzar en el diseño territorial del Estado; bien sea para afianzar nuestra integración europea; bien sea para garantizar la igualdad de género, cualesquiera que sea su ámbito; o bien sea para regular otros aspectos, como los aforamientos.
Pero de ahí a que personajes que se dicen progresistas pueden verter acusaciones de falta de base democrática a las últimas cuatro décadas, me parece muy injusto, además de faltar a la verdad.
Estamos de fiesta, celebrémoslo y exijamos a nuestros políticos que bajen el tono de descalificaciones cruzadas que no conducen a nada y se centren en  iniciar la reforma constitucional para vivir otros cuarenta años en paz.
¡Felicidades!
 

40 años

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