Un daño sin curación

Las sentencias judiciales no evitan el delito que condenan, de suerte que estando el daño hecho, a la Administración de Justicia sólo le cabe conformar el reproche de la manera que sabe, con sus penas de cárcel, sus multas, sus inhabilitaciones. La acción política, por el contrario, si bien puede abocarse o inducir a la comisión de delitos, cual hizo la del grupo de aventureros que usaron las instituciones de Cataluña para partirla en dos, también puede evitarlos, cual no hizo la que desde el Gobierno central dejó que la situación llegara a los extremos de caos, palos y delirio a que llegó.

El daño se hizo, y ha sido mucho, y ahora llega la sentencia del daño que, lamentablemente, no sirve para restañar las heridas. Es cierto que otra cosa no puede hacer, una vez el daño hecho, un Estado democrático al que han pretendido amputar por las bravas su integridad territorial, que es patrimonio de todos sus nacionales, pero también lo es que si no se quiere repetir el odioso trance, ni cronificar el daño hasta la irreversible metástasis, algo más habrá que hacer que sentencias judiciales a toro pasado, cuando éste ya nos manchó con su sangre la taleguilla. Ese algo más se llama política, esa cosa que aspira a la salud y a la concordia más que a la cirugía y al castigo.

La sentencia a los cabecillas del conato de secesión en Cataluña es rigurosa, pero aún así sería aceptable si fuera útil. Más útil, seguramente, es la clemencia, pues con ella la justicia se aproxima más a la política, esto es, al reconocimiento de la realidad y al deber de mejorarla, pero llegadas las cosas al punto a que llegaron, ni severidad ni benevolencia judicial pueden jugar el papel curativo que la llamada cuestión catalana requiere para dejar de lastimar a Cataluña y a España. Sólo en los territorios templados del espíritu, no en los viscerales ni en los emocionales, en que siempre debe de situarse la política, podría hallarse ese específico que la nación necesita, o, cuando menos, buscarlo.

Esa gente que acaba de recibir el reproche judicial por sus actos, hicieron con éstos mucho daño. Mucho. A Cataluña, a España. Pero también quienes, consentidores, soberbios e incapaces, permitieron que lo acabaran haciendo. 

Con tanto daño, y la necesidad de repararlo en lo posible, entristece no escuchar, entre todo lo que se está diciendo, la palabra reconciliación.

Un daño sin curación

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