El marrón de la herencia

La voracidad fiscal de algunas autonomías no respeta ni la mítica y jubilar quimera de heredar de un ignoto pariente de América. Se ve que en Andalucía, en Asturias o en Murcia, la Administración se cree que es un familiar del legatario. El movimiento opositor, de resistencia, surgido contra el latrocinio institucional desatado en algunas comunidades, también llamado “impuesto de sucesiones”, nos revela mil y una historias de herederos arruinados no tanto por la generosidad de sus parientes fallecidos como por la compulsión depredadora de sus autonomías, y otras mil y pico de herederos que optan por quitarse de encima el marrón, o sea, la herencia, para evitar arruinarse precisamente, pero también nos recuerda el mal rollo que impregna, así en lo social como en lo individual, cuanto se relaciona con la herencia.
Que unos españoles paguen más que otros por recibir un legado, las más de las veces modesto y fruto de la fatigas en vida de un finado, es inaceptable, así como que Madrid se haya convertido, por un grosero ardid electoralista, en el paraíso fiscal de España, pero es que en el mundo de la herencia casi todo es inaceptable. En lo social, porque la herencia instituye y marca el perverso principio de radical desigualdad entre las personas, sustituyendo el trabajo y el esfuerzo por el albur de haber tenido un ascendiente forrado. Ahora bien; el hecho de que las herencias nos hagan malos, es decir, peores, no empece para que la denuncia sobre los disparatados impuestos que las gravan adolezca de muy justas y fundamentadas razones. La vivienda que se recibe del legatario, por ejemplo, ya ha satisfecho cuantos impuestos y tasas pueden concebirse, y aun más de los que concebirse pueden, de suerte que ese impuesto de hasta un tercio de su valor que se le carga por la patilla al receptor de la casa más parece una mordida propia de cárteles, o de bandas del tipo de la Gürtel o del Tes Per Cent.

El marrón de la herencia

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