Hace tiempo que vengo al taller

Y no sé a lo que vengo. Tal cosa le decía Joaquín a Ascensión en el dúo de la zarzuela “La del manojo de rosas” del gran Pablo Sorozábal, y lo mismo deben repetirse cada día los 17.000 Mossos d’Esquadra, mozo arriba, mozo abajo, cuando llegan al taller, es decir, a su trabajo.

Joaquín iba desde hacía tiempo al taller y no sabía a lo que iba porque estaba enamorado como un cadete de Ascensión y, por efecto de esa sublime explosión hormonal, química, eléctrica, andaba como un zombi, subsumido en sus pensamientos, si es que cabe darle ese nombre a las imágenes mentales obsesivas de los enamorados, pero los Mossos, independientemente de que algunos o muchos de ellos estén enamorados de alguien, cuando van al taller, esto es, a la comisaría, al cuartel, o como se llame el sitio donde fichan ellos, no saben a lo que van ni como qué, si como agentes del orden de un Estado, el español, circunscritos a la comunidad autónoma de Cataluña, o como guardia pretoriana de un tal Torra y de sus correligionarios radicalmente adversos al Estado español precisamente.

Joaquín, el adorador de la del manojo de rosas, no portaba otra arma que la de su rendida confusión, tan eficaz como incruenta en las solicitaciones amorosas, pero los 17.000 Mossos d’Esquadra, profundamente confundidos también, llevan pipa, porra, botes de humo y demás herramientas de su oficio, y no saben, en puridad, qué uso ni para qué ni por orden de quién podrían darle. Las armas, como se sabe, las carga el diablo, pero estas del arsenal de un cuerpo sumido en el caos, reprendido y represaliado por unos jefes si no actúan y por otros si lo hacen, las cargan con pólvora del rey, con munición pagada por todos los españoles, unos tipos ociosos que suponen que una República se construye jugando con fuego y haciendo el gilipollas.

La actual derecha, en su incendiaria simplicidad, propone, si no la desaparición de los Mossos, sí su control absoluto por parte del Estado, y la izquierda, el Gobierno, se encomienda a todos los santos laicos para que el 21-D les iluminen lo suficiente para cumplir con su deber. Pero la cuestión, como en “La del manojo de rosas”, es que hace tiempo, demasiado tiempo, que no saben cual es su deber, que van al taller y no saben a qué ni a las órdenes de quién.

Hace tiempo que vengo al taller

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