Galgos

Tan emblemático de nuestro país como el toro es, entre los grandes mamíferos, el galgo, y a ambos alcanza de lleno la extrema crueldad de dos prácticas brutales y despiadadas que, también emblemáticas (aunque en sentido inverso y perverso), algunos, muchos lamentablemente, quisieran ver impartidas en las escuelas como materias vigorizantes del espíritu nacional, y por ello exentas de la censura del Pin Parental que esos mismos algunos, muchos, también pugnan por decretar.
Todos los animales son buenos, pues carecen del gen de la perfidia que hace que el ser humano sea como es, pero si hay uno que a su inocencia añade prendas singulares que le convierten en una deidad indiscutible de la Naturaleza, ese es el galgo, particularmente el galgo español, más puro, esto es, más galgo, que el galgo inglés. Pues bien; si el gusto por el toro deviene, pervertido por la tauromaquia, en matanza anual para solaz y diversión de la parroquia, la relación con el galgo cursa en la caza en un catálogo inconcebible de sevicias y monstruosidades.
El pasado domingo, coincidiendo con el término de la temporada de caza, se han echado a la calle de varias ciudades españolas los que, en ejercicio de la sensibilidad y la inteligencia que extirpa el gen de la perfidia en el ser humano, denuncian desde hace una década las atrocidades que tantos cazadores cometen contra los galgos que ya no les son, por lo visto, de ninguna utilidad tras haberles exprimido hasta la última gota de lo que en ellos buscaban, que con su velocidad les cacen las liebres. El paisaje que se dibuja hoy en los campos atronados por las escopetas, alfombrados de cartuchos de plástico que derraman su hiel sobre la hierba, es el de miles de galgos y podencos abandonados, ahorcados de los árboles, o muertos a tiros, o rociados de ácido, o arrojados vivos a barrancos y pozos para quitárselos de en medio.
No hay una criatura más dulce, más elegante, más tímida, que un galgo. Cualquiera en su sano juicio (repito: sano) puede verlo, sentirlo y disfrutarlo. Can casi gato por su temperamento, se lleva de maravilla con nuestros felinos semidomesticados, y hasta en Berlín se celebran marchas para promover la adopción de nuestros majestuosos galgos españoles para salvarles del sufrimiento y la muerte. 
Por lo demás, y como en casi todas las especies, la hembra lo lleva peor si cabe, pues a la galga se le obliga, encerrada en jaulas, a producir dos camadas anuales, y a menudo a presenciar el asesinato de aquellos de sus cachorros que no dan la talla.
Tan emblemático de España es el galgo, que su maltrato es la vergüenza de España.  

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