El fantasma del estado fallido

Solo había una cosa en la vida que no tenía remedio, la muerte, pero luego se descubrió otra, la cuestión catalana. Sin embargo, puede que no se complete con esas el desolador catálogo si, como parece, la incapacidad para formar un gobierno en España se revela también como irremediable.

Dicha incapacidad no provendría tanto de la endiablada atomización política derivada de los resultados de las últimas citas electorales, pues lo que se atomiza en las urnas puede desatomizarse en los pactos, como de la absurda circunstancia que la hace irremediable, la de que unos cuantos partidos de los 16 representados en la Cámara no quieren saber nada de España. ¿Para qué se han presentado?, cabría preguntarse. Muy sencillo: para irse. Unos más y otros menos, pero para irse, por lo que su disposición a facilitar la formación de un gobierno depende sólo de que sea un gobierno que les permita irse precisamente. 

Ahora bien; los que no quieren irse, principalmente los de la derecha, rivalizan con los que sí en abortar la epifanía de un gobierno de cuyas iniciativas y designios depende en buena parte la vida de los ciudadanos, de los más vulnerables sobre todo. Unos, los que se quieren ir, condicionando su apoyo a la investidura de Sánchez a lo que ni Sánchez ni ningún otro presidente les puede dar porque no es suyo, una porción del territorio nacional, y los otros, impávidos ante el marasmo y abonados al cuanto peor para Sánchez, mejor para ellos, mientras ceban al monstruo de la ultraderecha que acabará devorándoles si es que no devorándonos a todos, compiten, en efecto, en desastrar la vida política de la nación.

Es curioso que se hable permanentemente de diálogo en el país que ignora en qué consiste eso. Los secesionistas catalanes, que son los que más lo reclaman, creen que el diálogo es una cosa que sirve exclusivamente para que se les deje secesionar, y a los llamados constitucionalistas, los partidos de derechas que pretenden patrimonializar la Carta Magna hasta convertirla en papel sagrado pero mojado, les llega con el diálogo para besugos que proponen, consistente nada menos en que Sánchez se vaya y que el PSOE quede como una franquicia, bien que algo progre, de la reacción.

El fantasma del Estado Fallido, que es como presentan a España los secesionistas en sus “fakes”, deambula, al parecer también sin remedio, entre nosotros.

El fantasma del estado fallido

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