El drama de las residencias

Si todos estamos dejados de la mano de dios, los ancianos de las residencias lo están también de la de los hombres. O de la de los hombres y de las mujeres, si decirlo así complace a quien en éstas circunstancias dramáticas se andan aún con esas pejiguerías del lenguaje inclusivo.

Buena parte de nuestros muertos, que ya rondan los diez mil, habitaban en esos asilos que dimos en llamar “residencias de la tercera edad” para amortiguar en la conciencia el penoso efecto de no poder, y en algunos casos no querer, convivir en casa con nuestros mayores hasta el término de sus días. Pero esa amortiguación se ha ido al carajo al asistir al desfile de féretros que sale de esas residencias, unas mejores y otras peores, con apariencia de hotel.

Si hoy todo abruma, el silencio exagerado, la distancia y el enmascaramiento de nuestros semejantes, la heroica generosidad de unos, el obsceno egoísmo de otros, la magnitud universal de la plaga, la desaparición de la doble vida que todos llevábamos de una u otra manera y su unificación en una sin libertad ni escape, el diario parte de guerra, la prisión de los niños, si hoy todo abruma, lo que más es esa siniestra eugenesia entre vírica y social que liquida a cientos, a miles de nuestros mayores en los inmuebles donde les habíamos depositado.

El virus que está matando a los inquilinos de esos espacios geriátricos que habrían de proporcionarles atención, cuidados y seguridad, llegó de fuera y se introdujo en las residencias con las visitas de los familiares, con el trato con los empleados o con alguna descubierta al hospital. Ninguno de esos viejecillos viajó a China, ni a Lombardía, ni asistió al mítin de Vox, ni a la manifestación del 8-M, ni a botellón ninguno, pero a ellos les ha tocado pagar, con todo lo que llevaban ya pagado en la vida sin apenas contraprestación a lo último, la imprevisión, la negligencia, los recortes sanitarios y, en fin, toda la insensata estupidez de un mundo que bien claro les ha dejado que ya no era el suyo.

Habrá que resistir abrumados y todo, pues no queda otra, mas en el futuro, ese que aunque brevemente podrían haber disfrutado nuestros ancianos fallecidos, particularmente los muchos caídos en las residencias, habremos de plantearnos todo, pero sobre todo ésto, de otra manera.

El drama de las residencias

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