Dejen de amargarnos la vida

Lo que no puede ser, bajo ningún concepto, es que el 4% de los españoles amarguen la vida al 96, o, si descontamos a los que fuera de Cataluña se complacen con el marrón secesionista, al 90. Tan aficionados como son los escisionistas a los números, a la aritmética, deberían reparar, aunque no lo van a hacer, en lo inaceptable de su actitud desde esa desproporción establecida en las urnas. O dicho de otro modo: o los dos millones de independentistas catalanes se lo curran más para llegar a ser tres o cuatro, en cuyo caso la cuestión catalana habría de abordarse desde lo ineluctable, o dejan de fastidiar, de ofender y de tocar las narices, que ya está bien.
Tal vez los cabecillas de la facción supongan que amargándonos la vida, dándonos la brasa sin piedad, terminemos por preferir que se abran, que se piren, que se pierdan son sus salmodias iberoxenófobas y repipis donde no se les pueda oír, esto es, la independencia. Pero, aunque tentados, los españoles saben, incluidos los dos millones y pico de catalanes que deploran esa deriva trabucaire y plasta de sus paisanos, que eso sólo les funciona a los niños, a los niños de verdad, no a los adultos pueriles.
Pero pedir un poco de urbanidad, de educación, a quienes son incapaces de felicitar, por mera cortesía deportiva, al partido ganador de las recientes elecciones, el de Inés Arrimadas, es pedir peras al olmo. ¿Dónde creen que están? ¿En la política, donde el fondo son las formas, o en alguna serranía asaltando diligencias a punta de retaco? Esa conducta tan atroz que exhiben los puigdemones, tan inelegante, tan innoble, tan en sus labios la burla, la mentira y la palabra mezquina, tan todo tan agrio y sin venir a cuento desde la burguesía de la región más rica de España, es lo que viene principalmente amargando la vida de los españoles, así a los de izquierda como a los de derecha, como a los que se les da una higa la izquierda y la derecha.
Que se lo curren, que traten de extender hasta lo democráticamente imprescindible su doctrina, que busquen ese millón o ese par de millones que necesitan, pero que no falten. Y que, entre tanto, dejen de amargarnos la vida con su impotencia, por el amor de dios.

 

 

Dejen de amargarnos la vida

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