Residencias mortales

Uno de los grandes hitos en la historia de la medicina moderna fue cuando en 1928 Alexander Fleming descubría la penicilina. La impresión que le causó la enorme cantidad de bajas producidas durante la I Guerra Mundial por culpa de infecciones de heridas fue el acicate que llevó al científico británico a devanarse los sesos en la busca de un agente bactericida. Este primer antibiótico y el desarrollo de las vacunas son los dos pilares que han hecho que la esperanza de vida se haya disparado en las últimas décadas.
Sin embargo, estamos viendo como la eficacia de los antibióticos se está perdiendo a pasos agigantados, lo que supone un problema de gran calado para los sistemas sanitarios. La resistencia que numerosas bacterias están adquiriendo supera a la velocidad con la que se desarrollan nuevos antibióticos. El resultado es que nos estamos quedando si opciones terapéuticas y esto empieza a ser preocupante. En nuestro país, el fenómeno de las resistencias ha pasado del 14 al 18% en los últimos años y más de 33.000 europeos mueren al año debido a infecciones causadas por bacterias resistentes según acaba de publicar el Centro Europeo para el Control y Prevención de Enfermedades.
En la lucha contra este problema hay dos líneas claves. Por un lado, el reducir y evitar la diseminación de bacterias resistentes. Por el otro, acabar con el abuso que se está haciendo de los antibióticos. Los datos explican que España es el primer país en consumo de estos medicamentos, cuando no hay ninguna razón epidemiológica que lo explique. Los expertos apuntan a un déficit estructural en formación de enfermedades infecciosas. Al contrario que en el resto de los países europeos no tenemos una especialidad siquiera. 
Para mejorar en la racionalización del uso de antibióticos se perfila como una necesidad importante el desarrollo de herramientas que ayuden en identificación exacta de virus y bacterias. Los tiempos en que el médico actuaba siguiendo el procedimiento de ensayo y error con los antibióticos han de ser cosa del pasado y hemos de encaminarnos hacia una medicina personalizada. Puede suponer grandes costes, pero a la larga acabaremos ganando al utilizar de forma mucha más precisa el escaso arsenal que se nos está quedando de antibióticos. Las soluciones parece que las tenemos, ahora falta ver si hay voluntad para llevarlas a cabo. 
 

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