POPULISMO Y MEDICINA

Uno de los grandes retos de la medicina moderna es la lucha contra el cáncer. Una enfermedad que le cuesta la vida a millares de pacientes al año a pesar de los ingentes recursos que se destinan a su investigación. La falta de una respuesta científica óptima sirve como perfecto caldo de cultivo para la proliferación de pseudociencias, tratamientos milagrosos y médicos sin escrúpulos que se aprovechan de pacientes desesperados. Enfrentarse a estos fraudes no siempre es fácil. Y menos cuando vemos decisiones como la tomada por Brasil al legalizar un fármaco (la fosfoetanolamina sintética) sin eficacia demostrada. La presidenta Dilma Rousseff ha firmado una ley que permite que esta sustancia se fabrique, distribuya, prescriba y venda a pacientes oncológicos. Una medida muy criticada entre la propia comunidad científica brasileña por considerarla populista.
La historia empezó hace quince años. La Universidad de Sao Paulo, en Brasil, iniciaba unos estudios para comprobar las propiedades anti-tumorales de la fosfoetanolamina sintética. El problema estuvo en una distribución sin control de dichas pastillas. En 2014 la propia Universidad, y ante la falta de evidencia científica de su eficacia, decidía su retirada. El revuelo causado hizo que el propio gobierno brasileño hiciera un estudio a fondo. En él se demostraba que las píldoras sólo contenían un 30% de la supuesta milagrosa sustancia y no conseguían acabar con las células cancerosas.
El químico Gilberto Chierice, investigador inicial de la fosfoetanolamina, declaró entonces que los estudios que hablaban de la ineficacia de su producto habían sido realizados con “mala fe” y que su equipo en el extranjero si estaba logrando datos positivos. Unos datos que no ha hecho públicos y que nos debemos creer sin más. La cuestión es que un gobierno, al final, ha sucumbido ante la presión popular para tomar una decisión que puede sentar un peligroso precedente.
La democracia no es algo que se lleve bien con la ciencia. Lo que opina la mayoría no es un argumento válido para aprobar algo tan delicado como un medicamento contra el cáncer. Si nos dejáramos guiar por esta deriva seguiríamos pensando que la tierra es plana. A veces las evidencias científicas contradicen el saber popular y eso no es malo. Es más bien necesario para garantizar el avance de la ciencia.
 

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