El debate sobre lo transgénico

Muchos son los que no pueden ni oír hablar de transgénicos. Los alimentos modificados genéticamente son el mal personificado y aquellos que los defienden están vendidos a oscuras multinacionales cuyo única meta es lograr aumentar su margen de beneficios. Numerosos grupos ecologistas se han posicionado en su contra, sin atender muchas veces a los posibles beneficios que pueden llegar a comportar. La realidad es muy compleja y las verdades absolutas no suelen abundar. 
Los transgénicos son un ejemplo más. Uno de los grandes problemas en el cultivo de los cereales hoy en día son los hongos. Dos cepas en concreto causan más de un quebradero de cabeza: Aspergillus flavus y Aspergillus parasiticus. Su peligro deriva de que durante su metabolismo generan una sustancia, la aflotoxina, que está directamente relacionada con el cáncer de hígado. 
La FAO estima que el 25% de las cosechas de cereales están contaminadas con esta toxina. Cada año, por este motivo, se tiran alrededor de 16 millones de toneladas de maíz. Teniendo en cuenta que muchas de estas toneladas corresponden a países con problemas para alimentar a su población, esto supone un desperdicio de esfuerzos inconcebible. Así es que unos investigadores se preguntaron si habría alguna manera de interferir en el metabolismo del hongo mediante una modificación genética del maíz, teniendo en cuenta la relación parasitaria entre ambos. El resultado ha sido la creación de un maíz transgénico que en los primeros ensayos está ofreciendo unos resultados esperanzadores. 
De esta forma, tras un estudio con mazorcas modificadas genéticamente y otras de control, se pudo comprobar que las primeras no presentaban rastro alguno de aflotoxinas, mientras que las segundas tenían concentraciones que variaban entre 1 y 10 partes por millón. 
Y este es sólo un ejemplo. Hay muchos otros de alimentos modificados genéticamente que podrían suponer una solución más que un problema, como el caso del arroz dorado. 
La cuestión es que el apellido “transgénico” se ha demonizado, muchas veces sin atender a cuestiones lógicas o de pruebas. Se tiene miedo, y a veces con razón, de caer en las manos de grandes multinacionales que nos impongan su producto como una forma de esclavitud. Y para eso no se duda en poner en tela de juicio al producto, cuando debería centrarse el debate más en quien lo vende y desarrolla.
 

El debate sobre lo transgénico

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