El dictador

Estoy hasta los mismísimos, se queja un tal @Joluanguita en Twitter, de seguir pagando impuestos para que mi pensión suba un 0,25% y la de los mangantes (léase “la casta”, esa que no quiere ser así calificada) se dispare, sin ley que lo controle”. A continuación, una pregunta por respuesta: “¿Y qué me dice de cómo estará el jubilado emigrante retornado, del que tenemos noticia por el telediario, que tras toda la vida trabajando, emigrado, compra vivienda para retirarse en su España natal, por la que ha venido también pagando impuestos, IBI y catastros y se la encuentra llena de okupas, de la “mier” con la que conviven y destrozada? Se vieron las imágenes por TV y no sólo no los puede echar sino que aún tiene que andar con guante de seda con ellos. 
También recientemente se supo por la prensa que había sido detenida una mujer que había desalojado de su domicilio a un okupa. ¿Cómo les queda el cuerpo? Pues entre unas cosas y otras, se explica que el personal se vaya transformando en pro-dictador como única fórmula de poner orden en la sala. 
Y es que, curiosamente, nunca se ve okupada la casa o la segunda residencia de alguien de “la casta”. Claro, tienen porteros, conserjes, cámaras de seguridad, alarmas y toda la fanfarria que les protege contra la delincuencia y la inseguridad que, sin embargo, con su política light (o ni esa) le ocasionan al ciudadano medio al que casualmente sangran a impuestos para darles a esos intocables, pisito y facilidades, además de lo que chorizan ellos mismos como estamos viendo que han venido haciendo con total impunidad.
Fue una “progre”, ministra socialistísima, quien reformó la ley que permitió el deshaucio exprés, este sí muy exprés, sin excepción; en todos los casos. Parece que a mayor gloria de una Banca que tiene al PPSOE pillado por los cataplines (léase “despilfarros en campañas y otros gastos”). Por el contrario, conculcar el delito de allanamiento de morada en pro de una permisividad absoluta hacia okupas, suciedad y destrozos, sólo puede obedecer a la necesidad de, habiendo perdido votos en un caladero, ir a buscarlos a otro.
Pero para víctima de progresía a rabiar, el caso que les voy a contar: tras trabajar como una mula lo que no han trabajado en su vida estos mangantes improductivos de “la casta”, ahorrar cuatro duros y comprarse el mejor piso que pudo, en una zona media y con unos vecinos honorables, educados, cívicos, preocupados en mantener unas cordiales relaciones de vecindad cumpliendo a rajatabla la máxima principal de no molestar al de arriba y menos aún al de abajo (taconeo, ropa mal tendida, no ensuciar patios interiores...), de repente uno se encuentra con su vivienda depreciada porque un heredero al que le importa la propiedad un bledo, alquila la suya vía programa autonómico de realojamiento de desfavorecidos, o algo así. 
Total, que después de compartir escaleras con una ciudadana de la que se temía prendiera fuego cualquier día, un matrimonio a gritos y a guantazo limpio dominical –tras escuchar una versión modernizada del Cara al Sol, a todo volumen–, la familia huidiza de un pastor protestante que por momentos hizo pensar en si realmente no serían de esos que están de moda y que se hacen explotar, ya saben..., llegó el no va más: una familia de gitanos que tiene entre sus visitantes habituales a alguno de los merodeadores de Armas. Comprenden, ¿verdad?
En honor a la verdad hay que decir que el comportamiento más cívico y respetuoso no puede ser. Sorprendentemente educados, saludan con una sonrisa que alegra el día. Pero el hedor... ayyy... El olor a campamento es mucho e inevitablemente hay que pasar por delante de su puerta pues viven en los pisos bajos. 
La pregunta que se concita es: ¿cómo es posible que no se exija al arrendador el acuerdo firmado por los demás propietarios, ya no admitiendo pero al menos confirmando estar enterados de lo que se les mete dentro y, además, con un teléfono de contacto con la institución alojadora para poder comentar cualquier incidencia? Porque el arrendador puede ser un badanas al que le importe una higa cualquier queja. Él cobra su alquiler mensual, seguro, y es lo único que le mueve.
El problema del hedor cuando reciben las visitas es algo que han de resolver esos servicios sociales con los alojados, no los vecinos. ¿Tienen obligación legal de hacerlo? De momento, al ciudadano que le ha tocado... “¡que se j!” y no hay derecho. Sí mucho cabreo, general, in crescendo, a mayor gloria de otro dictador.
 

El dictador

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