Asombrosa coherencia

Los comentarios vertidos en los medios de comunicación a continuación de los artículos de opinión, identificados, anónimos o con nombres figurados, son a su vez la opinión de los comentaristas y no en pocos medios son moderados y reciben un visto bueno previo a su publicación.
Leídas las opiniones subsiguientes vertidas por los comentaristas a un artículo al que el medio de comunicación digital que más eco se hizo de él consiguió hacerle dar la vuelta al globo un par de veces, no deja de causar estupor que quienes más reproches le hacen lo hagan elevando el voltaje de los improperios, disparen bilis a quemarropa haciendo recaer la responsabilidad en quien pudiera no tenerla y se entreguen con saña a prender una hoguera donde quemar hasta al conserje del edificio donde se edita la publicación. ¿Su director será conocedor de lo que exterioriza el lenguaje empleado y lo consiente? Prendió mecha y alentó a propagar el incendio pero él se exculparía alegando que “el medio no se responsabiliza de las opiniones vertidas por los colaboradores”.
Agustín Fernández Albor, catedrático de Derecho Penal de la Universidad de Santiago de Compostela, cuando llevaba casos prácticos para resolver en clase no se cansaba de advertir que se leyese con suma atención el caso sin empezar a emitir juicios de valor dejándose llevar por lo que a priori pareciese que tenía que ser, presuponiendo, dando por sentado y estando seguros de que…, anteponiendo creencias personales y la subjetiva certidumbre a cualquier otra evidencia puesto que bien pudiera suceder que nada fuese lo que pareciese ser. ¿Qué diría el profesor Fernández Albor ante la proliferación por doquier de tanto pronunciamiento a la ligera? Sin entrar a valorar la violencia verbal empleada para descalificar lo que, en cambio, otros entendieron como una humorada, con poca gracia o ninguna, pero cuyo acento no lo vieron puesto dónde los interesados en hacer leña lo pusieron sino en la simple reclamación de un nuevo día D y para ello tocó estar “hasta el gorro” del día D que ese día se celebraba, como pudo haber tocado estarlo por el Día del Padre o del Desfile de las FAS, si la ocurrencia hubiera coincidido con la celebración de esos otros días.
En fin; comentarios más desorbitados que el artículo en cuestión sin tener presente que se ha de juzgar buscando siempre la intención subyacente del actor, no lo que a uno le parezca. Lástima que tal demostración de vis verbal no se dirija a fines más loables como el no permitir que los partidos nos mareen con elecciones y campañas huecas en su lucha partidista por conseguir un poder que, una vez alcanzado, lo usarán, harto sabido es, en su propio beneficio mientras, paulatinamente, van retrotrayendo a los ciudadanos a la condición de súbditos y vasallos. A saber:
Años atrás si uno necesitaba, por poner un ejemplo, un certificado de últimas voluntades, iba al estanco y por un módico precio compraba el impreso preceptivo para solicitarlo, tasa incluida, sobre, sello -para más señas, de Franco- y en menos de una semana lo tenía en el buzón de su domicilio. Actualmente, transferido todo el petate a las comunidades autónomas, hay que ir a la Notaría, desembolsar por la gestión entre 50 y 60 euros y esperar, sentado, dos o tres meses. 
Que se sepa, la Dirección General de Registros y del Notariado, DGRN, sigue en el mismo sitio y, cuando menos, con los mismos funcionarios. Si en las Autonomías se ha creado el organismo correspondiente con el personal necesario, pues que viva el Estado de las Autonomías, que dijeron que acercaría la administración pública al ciudadano. 
Pero hoy se constata que sólo ha supuesto además de una ruina, un incremento de inoperante burocracia de la que cabe denunciar, aquí sí procederían todos los improperios conocidos, el constatadísimo hecho de que el aprovechamiento de los medios informáticos existentes hoy en la Administración Pública española se utilizan sólo en Hacienda y la DGT, con un único afán, confiscatorio y recaudatorio, pero nunca para dar un servicio pronto y eficaz al ciudadano quien, sin embargo y por lo que se ve, sobrelleva estos atropellos tan contento mientras, por el contrario, se desahoga bravamente cargado de emociones subjetivas respecto de acciones intrínsecamente desconocidas.
 Asombrosa coherencia la nuestra, simpáticamente descrita por alguien en su muro de Face: “Si los españoles fuésemos negros, votaríamos al Ku-Klux-Klan. Fijo, fijo”. 
 

Asombrosa coherencia

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