La magia del desorden

entre mis aficiones favoritas, figura el bucear en las librerías de segunda mano. Y fue en una de ellas donde encontré el best seller “La Magia del Orden”. Cuando vi que esta japonesa ha vendido millones de ejemplares de un libro donde cuenta cómo se debe ordenar una casa, me picó la curiosidad por una lectura tan extraña.
Y en tanto me lancé a degustarlo, me encontré maldiciendo el euro que me costó. Porque la mezcla que propone promete aunar “la filosofía oriental, el feng shui, y el coaching motivacional”. E inexorablemente, el resultado de tan improbable combinación vino a ser lo mismo que “estar vendiendo humo”.
Tal es su filosofía “minimalista”, que el aporte nutricional tiende a cero. Valga un ejemplo:
(Hablando de doblar la ropa) “Esta acción se vuelve más fácil si doblas los materiales delgados y suaves con mayor firmeza, y los materiales gruesos y flojos con menor firmeza”.
Para mi asombro, me encontré una gran cantidad de páginas hablando acerca de cómo deben doblarse unas bragas, cómo organizar un cajón de zapatos, cómo gestionar los botones de la ropa o las cajas vacías. Y un largo etcétera de asuntos innecesarios. 
En medio, hallé páginas con ejemplos de clientes “muy contentos tras haber seguido su método”. Algunos de los cuales versan acerca de “la alegría de haber vaciado de su casa 200 bolsas de basura gigantes llenas de cosas que ya no necesitan”. Y que ahora pueden adornarla al gusto del feng shui, y meditar en su salón donde habrán instalado una varilla de incienso en el lugar del patrimonio que habrán donado al punto limpio. 
Porque mientras una parte importante del libro se prodiga en detalles sobre obviedades, la otra mitad trata de; “vaciar la casa, tirar todo a la basura”. Y aquí es donde la lectura deja de ser un asunto cómico, para volverse una tomadura de pelo.
Sobre todo cuando empieza a hablar de los libros como artículos indeseables. E incluso permitiéndose decir “leer te nubla el juicio” mientras explica cómo deben seleccionarse los ejemplares que han de tirarse a la basura. 
Porque según la autora, el método mágico para tomar esta decisión es “tocándolos para así determinar si proporcionan placer”, y en ningún caso leyéndolos (¿¿??). Como les decía, este libro está tan repleto de estupideces que causa asombro.
Fue aquí cuando recordé la “Idiocracia”, o la cultura de cómo la mediocridad es lo que triunfa hoy en día. No se explica de otro modo que los programas de mayor audiencia en la TV sean la telebasura más mugrienta, o que los libros más vendidos sean mayoritariamente cagarrutas como la que hoy nos ocupa. 
Pero dejaré ese análisis para un futuro artículo. Porque dejando aparte el hecho de cómo tengo los libros apilados en sillas a falta de estanterías, el placer de imaginar cómo de magnífica será mi biblioteca cuando pueda subvencionarme el mobiliario, y todas las demás sensaciones deliciosas que me aporta el coleccionismo de libros, aún hay más temas que mencionar.
Empezando por el hecho de que, mientras a unos nos da por amasar bibliotecas envidiables, a otros les da por coleccionar recuerdos. Y de este modo atesoran toda clase de artículos, los cuales les hacen revivir épocas pasadas que a su vez les hacen más soportable la vertiginosa época presente. 
Así, al que de niño creció en el campo y disfrutó coleccionando artículos de historia natural, el recordar esa afición le hace consciente de cómo hoy en día la naturaleza como medio de desarrollo cognitivo para el animal humano ha sido sustituida por las videoconsolas y demás artificios electrónicos.
Los cuales, siendo utilizados en exceso, desconectan a la gente del latido de lo esencial y verdadero desde que su vida empieza. Y después hay quien se pregunta cómo es posible que nos estemos cargando el equilibrio ecológico del planeta. Si desde que venimos al mundo crecemos encerrados en jaulas de cemento y luz artificial. 
Siguiendo con otros ejemplos del valor que los recuerdos y el coleccionismo pueden tener para proporcionar un mayor entendimiento del mundo, cabe mencionar: 
Al que en los ’80 fue un entusiasta cinéfilo, el coleccionar esas películas le hace revivir una época donde las historias que se narraban en las pantallas ponían la calidad del metraje por encima de la cantidad de efectos especiales; contrariamente a lo que ocurre con el cine actual, que además de “sobreproducido” se ha vuelto un medio de adoctrinamiento más.
Al coleccionista de vinilos, que ha presenciado la agonía de la cultura musical según ésta se digitalizaba y comercializaba para terminar siendo un mero asunto de likes en redes sociales y visualizaciones en youtube. Y que tiene toda la razón cuando afirma que nunca podrá considerar “música” al trap y al reggaetón.
Al coleccionista de artículos bélicos, que se siente así más vivo en esta sociedad tan semejante a una distopía políticamente correcta como la narrada en “Un Mundo Feliz” de Aldous Huxley. En la cual el hombre está tan lejos de sus orígenes salvajes, que ha sido domesticado como un rebaño de ganado.
Por último, no puede existir el orden si no existe el caos. La idea de tener una vida excesivamente ordenada, una casa vacía de personalidad, carecer del gusto sano por acumular pequeños tesoros, y obsesionarse con la pulcritud, es en sí misma patológica. 
Y me hace pensar que quien la alberga está luchando contra su entorno, e ignorando un principio básico: “La monarquía interna es la anarquía externa; la monarquía externa es la anarquía interna”. Cada cual elige dónde posicionar su soberanía.

La magia del desorden

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