Visión histórica

A veces pienso que los historiadores somos mala gente, sobre todo cuando miramos hacia atrás de manera maliciosa. Parece casi inevitable que proyectemos sobre el pasado nuestras propias frustraciones o, lo que es peor, nuestras convicciones y utopías, planes para salvar a la humanidad que nunca llegarán a realizarse. Llegamos a creer que en otros tiempos, sobre todo en algunos, si no eran más tontos por lo menos eran mucho más torpes. Incluso malos y opresores, ni siquiera les damos el beneficio de la duda, es muy fácil ser utópicos desde nuestra perspectiva, bastante envenenada por cierto gracias a algunas ideologías.
No hay que ser muy romántico para descubrir en el pasado cosas buenas y positivas, en cualquier época histórica. En su momento el romanticismo se rebeló, no sin razón, contra la visión deshumanizada del pasado. Creo que mi vocación de medievalista, temprana y algo inconsciente, tiene que ver con ese deseo de descubrir luces, donde por lo general solo se ven sombras. Pensar que el odio mueve a la humanidad, convierte al pasado en un estercolero. Como si el ser humano no fuera capaz de amarse en vez de odiarse, a pesar de todas las diferencias y dificultades que le puedan afectar.
Llevo muchos años estudiando el mundo medieval, el más denostado; no lo añoro, pero por lo menos lo respeto. En algunos aspectos hasta me da envidia, en otros por supuesto no; cualquiera que idealice una época se equivoca, pero quien la enturbie también. Allá por el año mil, cuando empezaba la expansión y el desarrollo de la Europa cristiana, comenzaron a proliferar lo que los historiadores llamamos las escuelas urbanas. En realidad se trataba de pequeñas escuelas episcopales que con el desarrollo paulatino de las ciudades, consiguieron un importante crecimiento en saberes y maestros.
Entre estos últimos conocemos a algunos que, como Fulberto de Chratres, alcanzaron gran fama y atrajeron a muchos alumnos. La educación se convirtió en un valor de futuro. Algún día hablaremos de como esas escuelas se convirtieron en universidades. Entre tanto sí que me gustaría reseñar, que esa educación y ese impulso cultural, no se asentaba sobre los supuestos ideológicos de ninguna minoría de filósofos más o menos ilustrados; sino de verdaderos amantes de la sabiduría, tanto cristiana como clásica o pagana, en cuento servía para educar a las personas. Del pasado buscaban lo mejor considerándose “enanos en los hombros se un gigante”; o sea gente sin demasiada preparación pero que podían alcanzar grandes saberes a lomos de los sabios antiguos. Mirando hacia atrás con “ira” y menosprecio, solo redundaremos en nuestra propia ignorancia.
 

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