¿CAMBIAR O MEJORAR?

La necesidad de cambio se ha convertido en uno de los argumentos políticos más recurrentes, sobre todo por parte de quienes estando en la oposición desean sustituir a los que detentan el poder. Desde luego no es malo cambiar, sobre todo si las cosas van mal, pero  el problemaradica en que los cambios por sí mismos no siempre garantizan mejoría. En algunos casos, pueden resultar incluso perjudiciales. Así ocurre por ejemplo con el famoso cambio climático, que no parece muy beneficioso para nuestra castigada atmósfera. Pero los políticos lo ven de otra forma, para ellos cambiar es ponerse en lugar de otro, bien sea porque se supone que lo van a hacer mejor o porque sus planteamientos son mejores que los del contrario.
Aunque es perfectamente legítimo que quienes aspiran a gobernar tengan tanta fe en sí mismos y en sus ideas, convendría que sus ansias por llegar al poder, también perfectamente legítimas, no les nublara la cabeza, confundiendo cambio con mejora. Como decía al principio cambiar por cambiar no es garantía de nada, ni siquiera bajo el argumento del tipo de política que se piensa hacer. Unos determinados planteamientos, por muy válidos que sean desde el punto de vista teórico, no siempre garantizan la solución de determinados problemas. Decir que porque uno es progresista o conservador va a arreglar o a administrar mejor los asuntos públicos es una falacia.
Poner por delante este tipo de planteamientos de una forma radical, enfrentando ideologías como totalmente irreconciliables y contrapuestas, no es precisamente la mejor práctica democrática. De hecho lleva a las actitudes excluyentes que siempre han dividido a nuestra sociedad en bandos igualmente irreconciliables. No se trata de que nadie renuncie a sus principios, siempre que estos sean realmente democráticos y respeten las reglas de juego, sino de que nuestros representantes políticos sean capaces de ponerse de acuerdo en beneficio de quienes han de ser gobernados por ellos.
La peor consecuencia de todo esto, del desencuentro ideológico entre tendencias democráticas de forma tan radical que resultan incompatibles, es que las llamadas líneas rojas que deberían reservarse para quienes no están dispuestos a respetar la legalidad vigente o las reglas democráticas, se acaban implantando entre quienes deberían entenderse para defender a la sociedad de esos mismos peligros. Es más, se puede llegar a la situación de que uno de los contendientes, uniendo ambición a los deseos de cambio, ponga por encima de la lealtad que debe al sistema y a las instituciones, y sobre todo por encima del bien común, la animadversión absoluta a su contrincante democrático.
 

¿CAMBIAR O MEJORAR?

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