De la tontería a la estupidez

Mientras la Nini más famosa del mundo (NI estudia, NI trabaja) amenaza con desembarcar en España a bordo de un catamarán, muchos de sus admiradores españoles, que se emocionan ante sus neuróticas reacciones sobre el cambio climático, y que se les humedecen los ojos cuando la chica dice que “me habéis robado la infancia”, repito, esos mismos admiradores se disponen a ser cómplices del encendido de unas cien mil estufas en toda España para poder beber una cerveza bien fría, en la calle. Porque esas cerca de cien mil estufas de butano o de rayos infrarrojos, que se colocan en el exterior de bares y cafeterías con objeto de que su joven clientela pueda estar al aire libre y fumar, sin pasar demasiado frío, son el gasto de energía más banal y más derrochador que uno pueda imaginarse.

Es imposible calentar la calle, de la misma forma que es imposible intentar poner aire acondicionado en los paseos y plazas de Alicante, durante el mes de agosto, para que la gente pueda pasear más fresquita.

Mientras la Nini atraviesa el Atlántico y le buscan algún caballo para llegar hasta Madrid –porque ella está por el ahorro energético– algunas familias españolas pasan bastante frío, no por ahorrar energía, sino porque el presupuesto no les llega para pagar la factura de la calefacción. Eso sí, si bajan a la calle, podrán estar algo más calentitos, junto a una estufa de butano en plena calle, o sintiendo como se calienta la sesera a causa de los rayos infrarrojos. Y es que, los que se calientan en las terrazas con las estufas, sienten las mismas consecuencias que sacó el sordo en el sermón: la cabeza caliente y los pies fríos.

Tiene razón la Nini de que le están robando la infancia, pero no se la está robando mi coche diésel, sino sus descerebraos padres Y aquí estamos: de la tontería de no venir en un avión a la estulticia del despilfarro energético.

De la tontería a la estupidez

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