Caixabank, Santander, etcétera...

Es falsa esa afirmación de que el dinero es apátrida. Al dinero le encanta domiciliarse en los paraísos fiscales y, si en el paraíso fiscal las cosas se ponen mal, opta por el purgatorio de aquellos países donde menos impuestos se paguen y haya el menor número posible de convulsiones, porque al dinero también le gustan los resorts, donde las revoluciones quedan lejísimos.
Cuando los secesionistas catalanes aceleraron para llegar a ser los primeros en el CEA (Campeonato Español de Antipatías) más de tres mil empresas de Cataluña cambiaron el domicilio fiscal hacia otras partes del territorio, recelosos de que sus accionistas y clientes les quitaran la confianza. Uno de los casos más deslumbrantes fue Caixabank, de soltera Caixa de Pensiones de Barcelona, que llevó su sede a Valencia.
Ahora ha sido el banco de Santander, quien, ante el anuncio unilateral de que a los bancos españoles se les va a castigar con un impuesto especial, ya ha adelantado que comenzará a reflexionar si su sede principal va a estar en Londres, en Lisboa, en Berlín, en Pekín o en Washington, donde tienen sucursales, y no les pondrían ningún tipo de trabas, ni ninguna clase de impuestos. El anuncio llevado a cabo por Pedro Sánchez, sin sondeos, ni conversaciones previas, muestra el talante propio de un ingenuo o de un autoritario. A los ciudadanos de a pie ya nos han dicho que nos van a subir los impuestos, pero los ciudadanos de a pie no podemos cambiar nuestro domicilio fiscal a Estados Unidos o a China. Otra cosa es irrumpir con inseguridades jurídicas, o pensar que se puede dictaminar que los bancos sean los pagafantas del déficit, sin tener antes siquiera la cortesía de unas conversaciones.
En la acción política un dirigente puede acertar o equivocarse, y es legítimo. Lo que no puede hacer es el ridículo. Y algo todavía peor que hacer el ridículo: empecinarse en lo anunciado e incentivar la salida de capitales. 

 

Caixabank, Santander, etcétera...

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