Vargas Llosa visto por “La tía Julia”

Fresca aún la tinta de la prensa escrita con la noticia del próximo matrimonio del Nobel Vargas Llosa y la incombustible Isabel Preysler, de profesión sus matrimonios y “porcelanosas”, llega una nueva novela del reconocido narrador peruano, “Cinco esquinas” (Alfaguara, 2016), que ya va por su segunda edición. Dicho lo cual, quiero dar noticia de lo que es, verdaderamente, una rareza bibliográfica, un libro sin pretensiones literarias, al decir de su autora. Un libro que me ha llegado gracias al empeño generoso de un familiar y además bibliófilo de alto rango, experto cazalibros que me lo quiso regalar. En estas mismas líneas se lo agradezco. Quiero avanzar, sin embargo, que quienes intuyan que aquí pueda existir una cierta dosis de morbo se sentirán defraudados. Digo esto porque el título del libro, “Lo que Varguitas no dijo”, de Julia Urquidi Illanes, parece contener, entre las connotaciones del diminutivo “Varguitas”, una intención de revancha, de alumbrar revelaciones ocultas y contrarias a las que el novelista vertía, en 1977, en su novela “La tía Julia y el escribidor”.
“Lo que Varguitas no dijo” aparece en 1983 (segunda edición, 2011 y numerosas reimpresiones posteriores), en la editorial Khana Cruz de La Paz (Bolivia). Lleva una nota editorial de Mario Mercado Vargas Llosa representante de la editorial, y otra de la autora, Julia Urquidi, en realidad un “Prólogo” en el que se defiende de las amenazas que pesaron en su momento sobre la publicación del libro, en cuya portada hay una dedicatoria autógrafa “A mi sobrino Vargas Llosa de la tía Julia”. En las solapas del libro se nos dice  que La Tía Julia nace en Cochabamba (Bolivia), en 1926, y estudia en el Colegio Irlandés de la ciudad. Se casa con Vargas Llosa (nueve años más joven que ella) en 1955, en el pueblecito peruano de Grocio Prado. Trabaja como secretaria en diversas empresas, la Y.P.F. de Bolivia entre ellas. Vive con su sobrino-marido en Madrid, París, Washington y otras ciudades y se divorcia en 1964, nueve años después de contraer el que era su segundo matrimonio. El capítulo XXIV, que cierra el libro, contiene un breve pero intenso cruce epistolar entre Julia y Patricia, las dos primeras esposas de Vargas Llosa, tía y prima respectivamente, de Mario; molesta la primera al salir en pantalla, en 1981, la telenovela “La Tía Julia y el escribidor”, detonante del enfrentamiento poco amistoso de la pareja varios años después del divorcio. Las cartas están datadas en 1981, cuando Vargas Llosa era de sobras conocido como gran novelista, casado con su prima hermana, Patricia, sobrina de Julia.
Julia conoce a su sobrino en 1945, cuando ella contaba 19 años y él era “un niño debilucho, engreído y antipático” (p.17). El segundo encuentro se produce en 1955, diez años después, de nuevo en Lima, cuando Mario tenía 19 años, estudiaba Filosofía y letras, colaboraba en la prensa y era “un gran apasionado por la política de esa época” (p.20). Mantenía una hostil relación con su padre, que al saber que su hijo escribía versos lo internó en el Colegio Militar Leoncio Prado, un infierno recreado por Mario en su primera gran novela, “La ciudad y los perros” (1963), cuyo original tecleó Julia, lo mismo que el de “Conversación en La Catedral”. El ambiente de la casa familiar, donde tía y sobrino coincidían, fraguó una relación sentimental que acabó en un matrimonio acompañado de un serio escándalo familiar y amenazas paternas. La figura del “Flaco” Mario tuvo siempre cobijo en su tío Lucho, su primer admirador.
Solventado el alboroto familiar y con el propósito de que Mario hiciese su tesis doctoral (sobre Rubén Darío) y se abriese paso como escritor, el matrimonio embarcó en Brasil con destino a España, instalándose en Madrid (previo paso por Barcelona), donde vivieron con aprietos económicos, aprovechando una beca concedida en su país a Mario. Paseos, sesiones de cine y teatro, pequeños viajes, toros y flamenco son días de esplendor en Madrid, donde Mario presenta algo de narrativa al Premio Café Gijón que pasa sin pena ni gloria. Julia es estímulo y ayuda para un Mario que sueña con París, donde el canciller Dr. Raúl Porras que quiere también apoyarlo. El novel escritor empieza a trabajar como profesor de español en la escuela Berlitz para colaborar después en la agencia France-Press, y en la radio, en la ORTF de París. Además, continúa la gestación de “La ciudad y los perros” iniciada ya en su viaje a España. “Nuestra vida era feliz” (p.110), “Fue una época muy bella en nuestras vidas” (p.107), “Con nuestros amigos pasábamos momentos estupendos” (p.100), son frases repetidas en el libro por Julia, cuando el matrimonio vivía en aquel París donde acudían a los comedores universitarios, frecuentaban los cafés del Barrio Latino, conocían a Julio Cortázar, Jorge Edwards, Javier Héraud y Alejo Carpentier, pasaban frío y cambiaban de pensión con cierta frecuencia; todo porque, escribe Julia, “la carrera literaria de Mario para mí, era lo más importante, estaba antes que todo... París constituía su meta. Así lo comprendí” (p.94).
El matrimonio comienza a flaquear en 1962, pero entre sucesivas crisis se mantiene hasta 1964, cuando Vargas Llosa pide el divorcio. Posteriormente, la publicación de “La tía Julia y el escribidor” (1977) y la ya mencionada teleserie basada en la misma (1981) hacen rebrotar oscuras discrepancias en el matrimonio y la salida al paso de Julia en este libro-testimonio (al alcance hoy de casi nadie y a precio más que abusivo: 550 euros en Amazon) salpicado de numerosas misivas epistolares, donde ella da su versión de los hechos. Como debe ser. Estamos pues, ante un caso más de fusión vida y literatura, novela y testimonio; pero, sobretodo de amor y desamor. La vida misma.

Vargas Llosa visto por “La tía Julia”

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