La decadencia de Occidente

N o, no se apuren, no me voy a poner estupendo glosando la obra de Spengler de idéntico título que este artículo. Con todo, acaso sea de mencionar que se cumplen justo ahora cien años de su publicación inicial, algo más tarde ampliada, en el año 1922, y ya concluida con carácter definitivo en el siguiente, 1923. Y no estoy yo nada lejos de reconocer en acuerdo la solvencia argumental de Spengler, cuando establece esa morfología comparativa entre estados de civilización y grados de culturas, geografías y evolución que, por contraste, le hicieron determinar que Occidente había entrado en fase de decadencia. Desde entonces, muchos y variados síntomas parecen acreditar ese estado de postración en la convulsa historia del último siglo, mucho más seguramente en la medida que nos aproximamos al exacto día de hoy.
Me entero, por Jorge Edwards, de cómo el cuerpo de las chilenas feministas es ya, en su exigencia, la “cuerpa”, obviamente, dicen ellas, las “cuerpas”, porque el cuerpo es vocablo de exclusiva aplicación masculina. Y mientras, en Norteamérica, el “me too” degenera en toda sospecha de que no habría sido tal, ni cual, de haber formado gobierno Hillary Clinton, ese espejo de virtudes feminísticas, y de las otras, a mayor gloria del vía crucis sexual y pinturero que se trajo con su marido, otro que tal baila. 
Entretanto en España, cómo no, siempre en vanguardia del oprobio y la impostura por parte de los mismos (lo de “…y las mismas” lo va a decir tu tía, bonita), ahí que tenemos el fresco y aparente manifiesto de ese colectivo de féminas, vaya dicho de favor, que a través de las alegres y combativas Comisiones Obreras viene en proclamar la necesaria “eliminación de libros escritos por autores machistas o misóginos”, reprende a Neruda en sus veinte poemas de amor, y también, claro, en la canción desesperada, y le falta tiempo para enchironarnos a todos, aunque todo se andará … 
Pues bien, más grave, más serio, más emotivo, más criminal … Me mira Gabriel desde la portada del periódico, ese niño al que le liquidaron la vida y la sonrisa, vaya usted a saber por qué … Y no parece haberse descubierto en la ¿persona? que lo asesinó rastro ninguno de ese exclusivo gen masculino que contiene violencia en dosis masivas, y cuya existencia había proclamado públicamente, urbi et orbi, muy pocos días antes, la perspicacia desvergonzada de una alcaldesa, y su mariachi, con toda la pinta de cínica y amoral. 
“Suspicious minds”, cantada por Elvis Presley en puro directo, o incluso el “Be my baby” de Ronettes, muy bien podrían contribuir a recuperar el énfasis jubiloso de sentirse congraciadas, cuando menos algunas, con los versos de Neruda, y por ahí todo seguido hacia la plenitud de ser y sentir. Y bueno, producto autóctono, A charanga do Cuco de Velle cantando O paraugas de Xosé, eso sí, remedio santo e infalible, seguro. Que aproveche. 
 

La decadencia de Occidente

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