Revoluciones con cita

Hoy los revolucionarios piden, antes de inmolarse, cita en la peluquería para no desentonar en lo floral con la floritura de sus actos, tan llenos de palabras florero, de flores de invernadero, de falsas primaveras.
Son hombres asesados para el duro sacrificio de tener que vestir de marca y perfumarse con caras fragancias. Viajan en coches oficiales y los saludan marciales los policías a las puertas de las instituciones.
Tienen por trinchera el mullido escaño, desde donde buscan hacer saltar por los aires el maldito imperio que los subyuga y maltrata con estas hechuras oficiales y esos oficios que no los dejan vivir, que les exigen gobernar el vulgar común de sus pueblos y gentes cuando ellos desean confabular y establecer estrategias que les permitan regir el sereno espejismo de su ideal: un lugar neutro de aclamación continua y continuo jolgorio de patriótica celebración.
Esa es la promesa que esconde su frontera y su idea de estado que se dispensará en forma de república y hará por sí sola de sus ciudadanos ejemplo de solidaridad, tolerancia, acogida y respeto en la convivencia.
La utopía de estos falsarios es al igual que ellos falaz, mendaz y crónica, además de previsible, como todo lo oficial, y cuando son reclamados ante la justicia, mandan a sus abogados por delante. O ponen tierra por medio ingresándose en Suiza, como si en vez de aguerridos luchadores fuesen un talón sin fondo producto del algún ilícito.

Revoluciones con cita

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