“Pim, pam, pum, que no quede ni uno”

sos son los gritos de los tiranos a las puertas de los cuarteles de la Guardia Civil en Cataluña. Piden tirotearlos como si fuesen muñecos de feria; la de los miedos, infamias y mentiras en que viven atentos a la voz de una élite de mercaderes sedientos de poder que sueñan con el aprovechamiento en propiedad de una nación hecha a su imagen y semejanza, supermercado en lo local y paraíso fiscal en lo universal.
El primer síntoma de la conversión de un hombre en feroz marioneta es verlo perder el respeto a los demás hombres y con ellos, a sus vidas, familias y propiedades. Perderlo al extremo de atreverse a amenazarlos en público con esa saña e impunidad. 
En la pecera de su mundo de odio han ido cultivando ese desprecio hacia todo lo que no sea la voz del amo, la que los ha de alimentar y la que los alimenta con ese amargo pan que los lleva a obviar su singular condición en favor de un ser colectivo, racista, supremacista, xenófobo y violento. Es esa deshumanización la que los mueve, como digo, a sentir que aquellos que disienten de la idea del clan son seres sin valor, meros enseres a los que se puede aniquilar en la sola idea de conmover a los gregarios, atemorizar a los disidentes y doblegar la voluntad de los resistentes, Estado incluido. 
Un hombre que no distingue la condición humana de otro hombre es un ser enfermo en lo personal y un tirano en lo social, porque no hay causa sin el hombre, y ellos, lo desprecian. 

“Pim, pam, pum, que no quede ni uno”

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