Otoño

Glosa la poeta desesperacionista Loto P. Seguin: “El otoño no es una contienda,/ pero como si lo fuese,/yacen por el suelo,/definitivamente desterradas/ del verdor de su belleza,/ miles de hojas./Mariposas marrones/ palidecidas de levedad/que vuelan en el capricho del viento,/ llenando de soledad/ la dulce melancolía de los jardines, /los desnudos espíritus de los poetas”.
Bajo la magnánima sombra de estos versos ensanchamos el corazón buscando aire en las estancias vacías del alma. Mirarse en ese espejo es un privilegio del que solo disfrutan los que han nacido en un lugar donde se les permite ser humanamente posibles, espacio en el que disponer del sosiego de la tregua en la batalla de los días. 
Podemos pensar que todos los hombres, por el simple hecho de serlo, lo disfrutan pero no es cierto, millones de seres humanos se ven privados de tan elemental don y son obligados a a vestirse con el salvaje atuendo de la violencia; ese es su otoño, su tiempo de tristeza sin melancolía, su rabia sin soberanía.
Sobre esta tragedia alertó la filósofa Hannah Arendt cuando afirmó:“La mayor y más grave vulneración de los derechos humanos es apartar al individuo de ese espacio donde se hacen significativas sus opiniones y efectivas sus acciones”. Es a partir de él donde el hombre encuentra la posibilidad de desnudarse más allá del atuendo para anudarse a la verdadera esencia de su ser: el poder sentir y querer sentirse.

Otoño

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